—Encantada —dije yo.
—Lo mismo digo —corroboró Lara.
—Nosotros también —respondieron los chicos.
Cuando hubimos saludado a todo el mundo, nos sentamos en el suelo de oro, en círculo. Nevolly, cómo no, se colocó justo al lado de Verline, y a poquísima distancia, además, aunque claro, eso no era de mi incumbencia. Vale, que ya había notado mi estudiada mirada a Enthoven, se las arregló para ponerme a su lado, y ella se acercó tanto a mí que para no estar pegadas me tuve que colocar casi tan cerca de Enthoven como Nevolly de Verline.
Los pyros nos hicieron varias preguntas a las chicas, aunque creo que fue más por diversión que por interés.
—Tú eres una dríade, ¿verdad? —me preguntó Cupo cuando me llegó el turno.
—Sí —asentí con la cabeza.
—¿En qué árbol vives? ¿Un haya? ¿Un cerezo? ¿Tal vez en una higuera?
—No, en un sauce llorón.
—Vaya —se sorprendió—. No tienes pinta de sauce llorón.
—¿Y de qué tengo pinta? —dije riéndome, en medio de las carcajadas de mis amigas.
—No sé, pero de sauce llorón, te aseguro que no. Pareces más… un pino, o algo así.
—¿Y eso por qué?
—Mi madre era una dríade. Yo presto atención a las cosas, aunque a mi madre no se lo haga creer así —rió—. Ella también era rubia, y tenía los ojos verdes, y era delgada como tú.
—… y vivía en un pino —completé.
—Exacto. ¿Sabes hacer magia?
—Un poco —dudé. Sólo empleaba la magia cuando realmente la necesitaba—. Controlo los árboles y las plantas.
—Nos podrías enseñar algo —dijo Enthoven. Y si yo había mostrado o había querido mostrar cualquier signo de negativa, ésta se disolvió instantáneamente.
Tras un suspiro, puse mi espalda recta, alcé mi mano derecha y abrí los dedos lo máximo que pude, orientando la palma hacia el árbol de oro más cercano, que era unos dos metros por delante de mí. Concéntrate, me dije. Recuerdo las clases que me había dado mi madre. Incluso podía recordar sus palabras… Alza la mano. Si necesitas mucho poder, hazlo con las dos. Visualiza en tu mente el árbol que quieras cambiar. Cuando seas capaz de ver el árbol incluso cuando cierres los ojos, visualiza la imagen retocada a tu gusto, creando lo que quieres que pase. Extiende la magia por la palma de tus manos, y lánzala con todas tus fuerzas hacia el árbol… Vi el árbol de mi mente con las ramas creciendo, y de ellas, hojas que brotaban en segundos. Incluso el tronco se movió un poco. Lo apliqué a lo práctico. Ya en el árbol real, hice que floreciera, que frutos tempranos aparecieran en sus ramas, y extendiendo lo máximo que pude una de ellas, conseguí tener uno de los frutos en la palma de mi mano.
—¿A que mola? —pregunté despreocupadamente, mientras le daba un mordisco a la manzana dorada.
—Fantástico —contestó Cupo con asombro—. Bueno, pasemos a otra persona… ¿Nevolly?
—Dime —dijo ésta, cruzando las piernas y alisándose el vestido plateado.
—Tú eres una náyade —afirmó.
—Muy listo…
—Gracias —respondió el otro, sacando pecho.
—… pero sé que Verline te lo dijo.
Cupo se giró hacia el aludido con una expresión extraña; una mezcla de confusión, asombro e incredulidad. El orgullo se le desinfló.
—¿Es que no te puedes callar?
—Qué quieres, hombre —dijo Verline, pasándole un brazo por los hombros a Nevolly. Ésta enrojeció, y se acurrucó contra él con una sonrisa mientras Vale le daba codazos a Cira y ésta última le hacía señas a Nevolly.
—Agh, los secretos ya no son lo que eran… —se lamentó Cupo mientras todos reían.
—¿Tú qué magia puedes hacer? —le pregunté, muerta de curiosidad—. Si tu madre era dríade y tu padre un pyro…
—Puedo hacer algo que nunca haría… —contestó, examinando sus manos.
—¿El qué?
—Utilizar el fuego… contra los árboles.
—¿Y lo has probado alguna vez? —pregunté tras unos segundos.
—De pequeño quemaba hierbajos y ramas y hojas secas. Teniendo la madre que tengo, nunca me atrevería a quemar un árbol. Son vidas, en realidad.
—Pues tienes razón —contesté.
—A ver, quién falta… ¿Lara? —siguió Cupo.
—Dispara.
—¿Tú eres una alseide?
—Sí. Convivo en el valle entre dos montañas con las demás alseides, las napeas, las oréades, y alguna vez, con las potámides.
—¿También sabes hacer magia?
—Sé hacer que florezcan las flores, que crezca una planta, que se cierre el capullo, incluso alguna vez he conseguido que cambien de color durante un rato. Pequeñas cosas, en realidad —resumió.
—¿Nos lo enseñas?
No necesitó preguntarlo, Lara ya estaba apoyando la mano en el suelo. Después de unos segundos, lentamente, levantó la palma de la hierba y una pequeña plantita dorada apareció donde había estado apoyada segundos antes su mano. Fue ascendiendo con la mano, y la plantita crecía al mismo ritmo, sin prisa pero sin pausa. Pronto se convirtió en una planta dorada de unos treinta centímetros, con campanillas de oro que crecían con rapidez.
—Normalmente son moradas —comentó Lara, mientras retiraba la mano de encima de la planta.
—¿Normalmente? —preguntó Río.
—Las alseides, por lo general, pueden crear o modificar plantas y flores de su “tipo” —intervino Cira—. Lara ha dicho que normalmente son moradas porque su flor original son las campanillas violetas. Y las mías, por ejemplo, son fresias amarillas.
—¿Por eso Lara tiene el pelo violeta y tú amarillo? —preguntó Tesio.
—Exacto —respondió Lara.
La verdad es que lo pasamos muy bien allí. Pronto, hydros y pyros se reunieron, y estuvimos todos juntos. Volvieron a hacer preguntas a todos y hubo más demostraciones de magia, una bastante espectacular por parte de Enthoven, por cierto. Estaba convencida de que ya tendría que estar de camino a casa, y así se lo comuniqué a mis amigas y mis nuevos amigos.
—Te acompaño, yo también me voy —dijo Lara.
—Yo tengo que irme ya —anunció Friné—. ¿Te vienes, Abby?
—Sí, voy.
—Pues creo que yo también os acompaño… —dijo Nevolly.
Al final, mis amigas y Damoc fuimos los que nos despedimos de los demás.
—Hasta luego —les dije a los pyros—. Ya nos veremos en el Lago un día de éstos —añadí para los hydros.
—Eh, a nosotros también puedes venir a visitarnos —dijo Tesio, y todos rieron.
—No pienso ir sola hasta
—Pues que te acompañen tus amigas. Sí, veníos todas algún día —dijo Río.
—Vale, iremos algún día. Adiós a todos.
—¡Hasta luego! —me contestaron a coro.
Y reemprendimos la marcha.