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Podéis pasaros por mi otro blog...

domingo, 23 de enero de 2011

Cap 1 - Amenaza (3/3)

—No —contesté tras pensarlo unos segundos—. Es más humillante que la derrota.

—Cand, alguien ha venido a verte —me dijo Dravis, mientras se levantaba y cogía un fruto azul de los árboles.

Salí del agua, y mientras me escurría el pelo seguí la dirección de la mirada de Dravis, que observaba el sendero por donde Damoc y yo habíamos llegado. Mi “visita” era una dríade tan alta como yo, de cabello verde oscuro, casi negro, ojos de color ámbar y facciones redondeadas. Era menos delgada que yo o mis amigas, pero mantenía la figura. Una tela verde llena de hojas le cubría la mayor parte del cuerpo, pero dejaba visible sus brazos, que en ese momento formaban ángulos de cuarenta y cinco grados (vamos, que la dríade ponía los brazos en jarras). En resumen, aquella dríade era…

—¿Mamá? —pregunté, sin moverme de mi sitio.

—No, hija, ahora soy una ardilla —ironizó aquella mujer, en ese momento de expresión dura.

—¿Qué pasa?

—Pensaba que estabas con tus amigas, y no ligando con los hydros —dijo, bajando los brazos. Damoc, Dravis, y la mayoría de los hydros, rieron—. Venga, nos vamos.

—¿Ya? —pregunté, desconcertada.

—Hazme caso, jovencita, a ver si te vas a quedar sin Noche Cristalina —me previno mi madre. Yo suspiré.

—Vete ya, jovencita —dijo Dravis en tono burlón, imitando a mi madre —o te quedarás sin Noche Cristalina.

—Tú, cállate. Conozco a tu madre y puedo contarle que has dejado a tu hermano pequeño a cargo de su tía, en vez de cuidarlo tú, como te han encomendado tus progenitores —le contestó mi madre, haciendo callar a todos los hydros que se habían reído.

—Sí, señora —contestó Dravis con docilidad, agachando la cabeza.

—Adiós, chicos —me despedí.

—Adiós, Cand —respondieron ellos.

Avancé hasta mi madre. Las dos juntas anduvimos por el sendero y nos adentramos en el bosque. Por lo general, los árboles de una familia de dríades estaban cercanos unos de otros, pero en algunos casos no era así. Nuestra familia tenía la suerte de encontrarse más o menos cerca, aunque a veces eso no era una ventaja. Yo quería a mis padres, pero no era divertido estar siempre vigilada por ellos…

Mi padre y mi hermana pequeña estaban sentados en un claro. Habían recogido bastantes frutos, los cuales se hallaban apilados en una pequeña montaña que descansaba sobre el suelo. Me senté junto a ellos con mi madre, y comenzamos a comer. Tras debatirme unos segundos en una dura lucha interna, decidí probar suerte.

—¿Podré ir a la Ciudad de Oro después de la Noche Cristalina? —pregunté, como quien no quiere la cosa. Mi madre dejó de comer, y mi padre casi se atraganta.

—¿Que quieres… ir… a la…? —dijo mi padre entrecortadamente.

—A la Ciudad de Oro, sí. Bueno, no me miréis así, tampoco es tan grave —me defendí, mordiendo un fruto rojo—. Todas mis amigas van a ir, y yo no quiero ser la única que se queda en su árbol.

—Me trae sin cuidado lo que hagan las demás, la que me importa eres tú —sentenció mi madre.

—¿Ah, sí? —preguntó mi hermana pequeña—. Pues a mí siempre me dices que seguro que mis amigas se comen los frutos verdes sin protestar. ¿No somos nosotras las que te importamos? —preguntó con sabiduría. Mi madre puso los ojos como platos, pero después se recobró.

—Tú, a comer —le ordenó a mi hermana, y después se dirigió a mí—. Y tú, no vas a ir a la Ciudad de Oro, jovencita. ¿No ha servido de nada la charla que te he dado esta mañana sobre las hienas?

—Sí, para aburrirme —murmuré.

—¿Qué hienas? —se alarmó mi hermana.

—Amina, es hora de que vayas a darte un baño —dijo mi padre—. Ven, te acompaño hasta el Lago.

—¡Pero todavía no he hecho ni la digestión! —protestó ella.

Mi padre la puso en pie sin hacerle ningún caso, y después de cogerla de la mano, los dos se fueron hacia el Lago.

—Candy, no puedes ir a la Ciudad de Oro. ¡Está demasiado cerca de la Montaña de Lava! Y, ¿dónde se ha producido un asesinato de uno de los pyros…?

—En la Montaña de Lava —respondí a regañadientes—. ¡Pero yo quiero ir! No es justo, seré la única que no asista.

—No me importa. Si con quince años vais a la Ciudad de Oro, ¿qué vais a hacer cuando tengáis dieciocho, o veinte? ¿Ir a la Torre Blanca? —se rió de su propio chiste. Pero yo levanté la mirada del suelo, con los ojos brillantes, y no contesté.

—Ni se te ocurra, Candy —me dijo—. Los eolos son peligrosos, no te vas a acercar a ellos.

—Mamá, si se lo propusieran, los pyros también serían peligrosos, ¡y los hydros también! Y las nereidas, y las náyades… todos podemos ser peligrosos si empleamos nuestros poderes.

—Pero los eolos hacen más uso de sus poderes para el mal que para el bien. Y los geos, también.

—¿Papá es peligroso?

—Tu padre es una excepción.

—Todos son iguales.

Mi madre suspiró.

—Ya está, hemos acabado esta conversación.

—Pues vale —contesté, cabreada.

Cogí un último fruto rojo, y después me levanté.

—Me voy con Friné.

—¿Ya?

—No me repliques, jovencita —imité su tono de voz—. A ver si te vas a quedar sin Noche Cristalina.

Mi madre no dijo nada, y yo me alejé del claro y fui de nuevo hacia el Lago Profundo. Sabía que Vale había quedado con Nicanor para presentárselo a Friné, y todas iban a asistir, ninguna se perdería el posible ligue. De forma que anduve por el sendero por el que anteriormente había caminado junto a Damoc. Llegué al lago poco después, y allí estaban las demás. Las chicas formaban un corro, y Nicanor estaba en el centro, con cara de confusión. Creo que no sabía cómo había ido a parar allí. Mis amigas reían tontamente, y Vale empujaba a Friné en la dirección del muchacho. Me dirigí a ellas con los ojos en blanco, cuando alguien me agarró del brazo. Me detuve, miré a mi derecha, y sentí un cosquilleo por todo el cuerpo cuando me di cuenta de que el que me cogía era Damoc.

—¿Qué pasa? —pregunté, sin retirarme.

—¿Puedes decirles a tus amigas que se contengan un poco? —preguntó con el ceño fruncido—. Sé que no todos somos tan apuestos como Nicanor, pero… —me entraron ganas de contradecirle, pero no era ése el momento de una declaración amorosa.

—Tranquilo, ahora voy.

Me solté suavemente de su mano, y seguí mi camino, no sin dejar de sentir aquel cosquilleo por todo el cuerpo. Llegué hasta el corrillo de chicas, e inmediatamente comencé a mandar.

—Venga, dispersaos, vamos, no hay nada que ver.

—Hala, Cand, no nos hagas esto —protestó Vale.

—Sí, que lo estamos pasando muy bien —corroboró Nevolly.

—Venga, fuera —pero ninguna se movió. De forma que me agaché un poco, le tomé de la mano a Nicanor, y haciendo que se levantara, no le di tiempo a nadie a replicar. Me llevé al amigo de Damoc de allí.

—Gracias —me agradeció Nicanor, soltándose de mi mano—. Creí que me iba a morir allí. ¿Tus amigas están chaladas o qué?

—No, simplemente les gustas —me encogí de hombros—. Aquí te traigo a vuestro amigo —le anuncié a Damoc, que estaba sentado junto a algunos hydros—. Me debéis una bien grande, ahora se van a enfadar conmigo.

—Lo siento, lo siento —dijo Damoc, alzando las manos—. Ya te la pagaré de alguna manera.

—No me voy a olvidar —le previne, y después me marché de allí para reunirme con mis amigas… que seguro estaban enfurecidas.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó Friné, cuando llegué hasta el grupo y me senté en el centro, donde antes había estado Nicanor.

—No os paséis, lo estabais matando —protesté.

—Qué va —dijo Vale.

—Oh, venga, no podéis ir por el mundo encarcelando al primer chico que os guste —declaré—. Además, si él quiere estar con una, no podéis ir todas en el lote. Decidíos.

—Era Friné la que quería estar con él —dijo Nevolly.

—Pues entonces, dejad que Friné se acerque a él —repuse—. Pero no matéis a Nicanor, anda. Ya nos basta con las hienas, ¿no creéis?

—Sí —murmuraron mis amigas.

—Bien, ahora —me senté más cómodamente—. Le he pedido permiso a mi madre para ir a la Ciudad de Oro después de la Noche Cristalina.

—¿Y qué te ha dicho? —preguntaron Vale y Nevolly, atentas.

—No me lo ha dejado muy claro —mentí—. Así que yo voy.

—Como ya dije antes, yo también —declaró Friné.

—A mí me dejan, he preguntado y me han dicho que sí —dijo Abby.

—A mí seguramente me dejarán —dijo Nevolly.

—¿Y a ti, Vale?

—Sí, yo también voy.

—A ver —dije yo, intentando organizar algo—. ¿Vamos juntas o nos encontramos allí?

—Nevolly, Abby y yo vamos a ir juntas —dijo Vale—. Friné y tú podéis ir por vuestro lado y luego nos encontramos allí.

—Me parece bien.

—Por cierto —dijo Nevolly—. ¿Vais a llevar…?

—¿Qué?

—¿…pareja?

Su pregunta me desconcertó durante unos segundos.

—Yo no —contesté al fin—. ¿Con quién iba a ir?

—Con Damoc, eso seguro —contestó Vale—. He visto cómo le miras. Te gusta ese chico, no me digas que no.

—Vale, no te digo que no —me sonrojé—. Pero no voy a ir a la Noche Cristalina con él. Eso sería…

—¿Maravilloso? —me interrumpió Abby—. ¿Fascinante, impresionante? ¿Un sueño hecho realidad?

—Para ya, Abby. Por supuesto que me gustaría ir con él, pero… él no va a querer ir conmigo. Lo sé. Lo presiento...

—… llámalo “x” —terminó Vale la frase, riendo.

—Nunca lo sabrás si no lo intentas —dijo Friné.

—No. Voy. A. Pedírselo —sentencié, pronunciando con claridad cada una de las palabras.

—Claro que sí —dijo Vale con una sonrisa pícara.

domingo, 2 de enero de 2011

Cap 1 - Amenaza (2/3)


—¿Cand? —oí una voz detrás de mí.

Me volví hacia la orilla, y vi a Damoc, uno de los hydros, que venía hacia mí. Era alto y musculoso, con el cabello azul recogido en una coleta. Tenía las facciones afiladas y la mirada fría, pero la verdad es que como persona era un encanto.

—Hola, Damoc.

—¿Quieres venir? He quedado con los chicos.

—Bien, voy.

Ante las risitas de mis amigas, me levanté de la roca para reunirme con Damoc.

—Reíros lo que queráis. Me voy. Nos veremos mañana en la Noche Cristalina.

—Adiós, Candy —me dijo Friné entre risas.

Con una mirada de odio demasiado fingida, me alejé de ellas. Anduve hasta Damoc, y cuando llegué junto a él cambié de expresión.

—¿Qué tal?

—Muy bien, ¿tú?

—Genial. Aunque un poco cansado, un delfín ha aparecido en el lago, y claro, los chicos y yo hemos tenido que devolverlo al mar.

—¿Y cómo ha aparecido allí? —pregunté, extrañada, mientras echábamos a andar.

—No lo sé, mi delfino no es muy bueno. Sigo sin comprender las palabras más importantes.

—Vaya.

—Sí, le tengo que pedir a Urso que me enseñe el idioma completo. De momento sólo puedo hablar con algunos peces.

—Ya me enseñarás…

—Te aseguro que no es tan divertido como parece —me miró mientras nos adentrábamos en el bosque y sorteábamos los árboles—. Creo que tienes cosas mejores que hacer que conversar con un pez.

—No sé qué decirte. Eh… ¿vamos al Lago Profundo? —pregunté, dudosa.

—Sí. Los chicos están allí.

Seguimos andando, sorteando árboles. No habíamos llegado todavía a mi sauce, estaba un poco más adelante. Damoc, que siempre andaba con elegancia, en ese momento avanzaba entre la maleza con paso torpe, y más de una vez estuvo a punto de caerse. Yo me movía con naturalidad en el bosque, entre los árboles. Mi elemento eran los árboles, la tierra y las plantas, pero el de Damoc era el agua, en especial la dulce, así que tenía todo el derecho del mundo a no avanzar sin dificultad. Además, no se podía decir que yo nadara muy bien, al contrario que él…

Pasé rozando con los dedos mi árbol, mirándolo de reojo.

—El viejo sauce… —musitó Damoc.

Seguimos avanzando durante un rato, pero ni por asomo cruzamos al bosque. Era demasiado grande como para hacerlo en tan poco tiempo. Torcimos a la derecha, y anduvimos un rato por un sendero lleno de flores y plantas. El aroma de diversas flores silvestres casi me saturó las fosas nasales, y los cantos de una alseides llegaron hasta mis oídos, complaciéndolos satisfactoriamente. Al fin, llegamos al lago Profundo.

Era enorme, y estaba rodeado de verde hierba y flores de colores inimaginables. Había árboles frutales de los que colgaban esferas violetas de sabor dulce, alimentos carnosos de color azul cielo, incluso unas pequeñas bolitas doradas que brillaban con intensidad y sabían a la miel más dulce. Entre los árboles revoloteaban hadas rosáceas, de una tonalidad muy chillona, que les daban pequeños mordiscos a los frutos, y tiraban por ahí las hojas de los árboles.

En la orilla del lago descansaban cinco o seis hydros, con el torso desnudo y los cabellos sueltos. Conversaban entre risas o comían frutos azules, y otros nadaban en el lago con brazadas grandes y rápidas. Damoc y yo nos acercamos a ellos, y yo me senté en el césped mientras saludaba.

—Hola, chicos.

—Hola, Cand —me respondieron.

Damoc se retiró la tela que le tapaba el torso, y la dejó en la hierba, junto a uno de los hydros, Dravis. Damoc se tiró al agua de cabeza, y comenzó a cruzarlo, seguido por un banco de peces y alguna que otra hada, que le rondaban desde el aire. Dravis se volvió hacia mí y me interrumpió cuando yo seguía mirando la trayectoria de los brazos de Damoc en el agua.

—¿Cómo estás? —me preguntó. Antes de que le respondiera, un hada se le posó en lo alto de la cabeza, y al no pesar más que una pluma, él no se dio cuenta. Aquél aspecto tan peculiar convirtió mi sonrisa en una carcajada.

—¿Qué pasa? —preguntó, confundido.

—Tienes un hada en el pelo —me reí. Él se la quitó de la cabeza, y el hada fue a mordisquear algún fruto, ofendida—. Muy bien, gracias. ¿Y tú?

—Bastante bien, pero… he oído que rondan hienas por el bosque —dijo—. ¿No os han atacado a las dríades?

—No, a nosotras no, aunque una se me acercó bastante —afirmé—. ¿A vosotros no se os han amenazado?

—No, ni siquiera he visto una en mi vida, y dudo que los demás lo hayan hecho.

—Pues a los pyros sí. Han matado a uno.

—Los pyros no son débiles —frunció el ceño Dravis—. Tuvieron que ser una gran manada de hienas las que le atacaron.

—Seguramente. Estoy preocupada, no sé qué quieren.

—Nadie lo sabe. Pero habrá que andar con cuidado, podrían atacar a más personas.

Aparté la vista del rostro de Dravis y seguí observando a Damoc, tal y donde lo había dejado. Dravis dejó de observarme con una sonrisa, él ya sospechaba a quién estaba mirando.

—Vais a ir a la Noche Cristalina, ¿no? —pregunté en voz alta, a nadie en particular.

—¡Sí! —contestaron a coro.

—¿Cuándo es? —preguntó un desinformado hydro.

—Mañana, al ponerse el sol —respondió otro.

—Pero, ¿no es esta noche? —inquirió un despistado.

—Pues yo creo que es dentro de tres días, y a medianoche.

—Que no —siguió discutiendo un cuarto hydro— es a medianoche, sí, pero mañana.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

—Que sí.

—¡Cand! —protestó Damoc, para que los hiciera callar.

—Eh, dejad de discutir ya —les reñí—. Es mañana, al ponerse el sol.

Tres de los hydros soltaron un suspiro, y un cuarto sonrió con suficiencia, a lo que Dravis respondió pegándole una colleja. Todos (excepto la víctima) reímos, y después yo me levanté, dispuesta a darme un baño. El agua estaba fresca, muy agradable dada la alta temperatura que había.

—Te echo una carrera —me dijo Damoc, colocándose junto a mí.

—No sé por qué tienes la necesidad de hacerme eso, si sabes que siempre me ganas —contesté, suspirando—. Pero vale. A la de una, a la de dos… a la de tres.

Comencé a nadar lo más rápido que pude, sin pararme a observar cuánto me llevaba ya Damoc. Tras unos minutos llegué a la otra orilla del lago, y me detuve para poder respirar con normalidad. Miré a mi derecha, pero Damoc no estaba allí. Y a mi izquierda, tampoco. Finalmente, miré detrás de mí, y observé cómo mi amigo venía hacia mí nadando, mucho más lento de yo. Hice una mueca y la mantuve en el rostro hasta que vino Damoc.

—Has ganado —anunció—. ¿Qué? —preguntó, al ver mi expresión.

—Me has dejado ganar, tramposo —le acusé señalándole con el dedo índice—. Tú puedes nadar mucho más rápido que yo.

—Vale, está bien… echamos otra carrera. Venga, a la de una, a la de dos… ¡tres!

Salí disparada tan rápido como antes, pero sabía que Damoc ya estaba varios metros por delante de mí. Observé cómo él llegaba a la orilla, en absoluto cansado, y segundos después llegué yo, completamente exhausta.

—¿Ves? —dije entrecortadamente—. Eres demasiado rápido para mí.

—Oye, que si quieres te dejo ganar de nuevo —se encogió de hombros.

—No —contesté tras pensarlo unos segundos—. Es más humillante que la derrota.