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Podéis pasaros por mi otro blog...

jueves, 23 de junio de 2011

Cap 4 - Reflexiones (2/2)

—¿Has vuelto a hablar con Damoc? —me preguntó Lara.

—No, no he hablado con él desde… lo de la Montaña de Lava. ¿Y tú?

—Tampoco. No tengo ganas de hablar con él. Lo que pasó…

—Mira, Lara, no tienes por qué sentirte culpable —susurré, para que no nos oyeran—. La culpa de eso no fue más que mía, y si no hubiera sido lo suficientemente estúpida como para pedirle… —me interrumpí al ver su expresión de burla. Suspiré—. Quiero decir que ya me he dado cuenta de que no me quiere a mí. Pero esa no es razón para…

—Candy, cómete los frutos verdes…

—… no es razón para que tú no estés con él —terminé, haciendo caso omiso de mi madre.

De pronto me acordé de lo que me había dicho Damoc. ¿Era verdad? ¿Estaba enamorado de Lara, o no? Según Friné, sí, si no, no le habría pedido ir a la fiesta. Aunque Damoc decía que, de no haberse comprometido con ella… pero, ¿qué sentido tenía aquello? Eso tendría que ser mentira, dado que normalmente, cuando le preguntas a una persona si quiere ir a una fiesta contigo, esperas que diga que sí, así que era imposible que luego esperara a tener pareja para decirle a otra persona que habría ido con ella si… Buf, me estaba doliendo la cabeza de pensar tanto. Damoc no había querido ir a la Noche Cristalina conmigo. Punto. Simplificado. No había más.

—Yo tampoco quiero estar con él. Es demasiado… —no supo encontrar la palabra. En lugar de eso tomó del montón un fruto rojo.

—Antes del postre cómete los frutos verdes —le dijo su madre, Brunella.

Lara ignoró a su madre y siguió conversando conmigo.

—¿Qué piensas hacer? —me preguntó.

—Pasar del tema. ¿Y tú?

—Lo mismo. De todas formas, parece que yo no le he convencido demasiado. No me ha dicho nada ni me ha pedido que vuelva a salir con él. Así que lo asumo.

—Bien. No sé realmente lo que quiere Damoc. Parecía que quería ir contigo, pero luego resulta que no, y tampoco me hace caso a mí…

—Los tíos son raros —declaró Lara sabiamente, tocando por primera vez uno de los frutos verdes.

—Ahí te doy la razón —corroboré—. Bueno, ¿y qué tal están tus amigas las alseides? Hace mucho que no las veo.

—Ah, pues tan locas como siempre. Silza está saliendo con… un elfo, creo. Bueno, por lo menos salía con él cuando me fui.

—Vaya, los elfos no son precisamente muy…

—Sociables, lo sé. Pero Silza vale para eso de relaciones sociales.

Me reí.

—¿Y Krallie y Afra?

—Pues Krallie se ha ganado fama como Cuentacuentos entre las pequeñas alseides del valle. Y Afra intenta que uno de los hydros se fije en ella. De momento, sin éxito.

—Pobre. Todas hemos pasado por eso.

—Sí, es verdad.

Terminamos de comer. Sin avisar, Lara y yo nos levantamos y nos dirigimos fuera del bosque para hablar tranquilas. Nuestros padres estaban acostumbrados de que fuéramos a nuestra bola. Cruzamos el perímetro del Bosque Oscuro y anduvimos paralelamente a la orilla del mar, a unos cincuenta metros. Allí no llegaba la arena.

—Tengo miedo —solté sin previo aviso.

—Y el mundo tiene miedo de ti —respondió mi prima con voz firme.

—Lo digo en serio. Lo que le ocurrió a Nevolly le podría haber ocurrido a cualquiera de vosotras.

—Toma, y a ti también.

—A mí ya me pasó una vez, ¿recuerdas? Aún así, podría volver a pasar.

—Sí. De momento no veo vínculo entre todos los ataques de las hienas.

—¿Te parece suficiente vínculo que la novia del amigo del hijo del pyro que desterró a las hienas a la isla Flama haya sido atacada, que también haya sido atacada yo, su amiga, y por descontado, el hijo del pyro que las desterró?

—No he entendido nada de lo que has dicho —admitió Lara.

—Perold fue atacado. Su padre fue el que desterró a las hienas a la isla Flama.

—¿No irás en serio? —preguntó Lara, asombrada.

—¿Tengo cara de bromear en este momento?

—No.

—A ver, Verline es el amigo de Perold. Y Nevolly es su novia. La atacó a ella.

—Bien, todo encaja.

—Y luego estoy yo. Soy amiga de Verline y de Nevolly. Dos vínculos en vez de uno.

—¿Y cómo saben las hienas que sois todos amigos? —preguntó Lara, inteligentemente.

Me detuve.

—Ahí me has pillado —reconocí.

—Pues no lo sé —continuó Lara. Seguimos caminando—. De todas formas, ¿por qué las hienas nos atacan? ¿Para invadir nuestro territorio? ¿Y eso qué les aporta? Cuando muramos, ya se comerán nuestra carroña. Mientras tanto, que nos dejen en paz.

—Espera un momento —dije, deteniéndome de nuevo—. Has acertado. Las hienas se alimentan de carroña. ¿Por qué nos atacan? No está en su naturaleza. Además, en teoría deberían huir si somos un gran grupo. Y en la Ciudad de Oro estábamos por lo menos quince personas. Y en la Montaña de Lava, veinte o veinticinco. Deberían tener miedo.

—Deberían. Estas hienas no son como las que creemos —declaró Lara con inseguridad—. Estas hienas son peligrosas.