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Podéis pasaros por mi otro blog...

lunes, 27 de diciembre de 2010

Cap 1 - Amenaza (1/3)


Me fundí con mi árbol, tranquila y relajada. En ese momento noté que su energía y protección me envolvían, y al estar cubierta de dura corteza, me sentí en casa. Moví las ramas más pequeñas, sacudiendo las hojas. Al instante otros árboles contestaron mi llamada, y yo sonreí para mis adentros. Todavía podría estar durmiendo algunas horas más… no había amanecido aún, ya habría tiempo para ir a visitar a las demás dríades. Y había prometido que me reuniría con una de las náyades en el lago, ya que no estaba muy lejos de mi sauce.


Me estiré, desde la punta de las hojas hasta la más profunda de las raíces, hasta extenderme por todo el interior del árbol. Me sentí cómoda, lo suficiente como para dormirme en aquél momento. Pero no lo hice. Me limité a sentir cómo las raíces encontraban alimento, y lo transportaban hasta el tronco… realmente me habría encantado ver todo el proceso, pero lamentablemente, las dríades no podemos ver nada mientras estamos en nuestro árbol.

Al final, me sumí en un profundo sueño, y dormí tranquila.

—Mmm… —me desperecé mientras andaba hacia el Mar Azul.

—¡Cand! ¡Candy, espera!

Me volví, aunque ya había reconocido la voz de mi amiga Friné. Venía corriendo hacia mí, con sus cabellos verdosos ondeando al viento (y no, no todas las dríades tienen el pelo verde por el simple hecho de estar ligadas con el elemento de la tierra. Yo, por ejemplo, tengo el cabello rubio). Cuando llegó hasta mí, redujo la marcha, y yo seguí andando.

—¿Adónde vas? —me preguntó.

—A ver a Nevolly y a las demás.

—Bien, te acompaño.

Avanzamos hasta llegar al Mar Azul. Allí ya había un grupito de jóvenes (la mayoría con cabellos azules); mis amigas náyades. Enseguida reconocí a Nevolly, una guapa náyade de cabellos azulados, piel blanquecina y ojos brillantes del color del cielo. Estaba en el centro del grupo, sentada encima de una roca cerca de la orilla, jugueteando con su pelo mientras conversaba animadamente con las demás. Probablemente hablaban de chicos…

—¡Cand! ¡Ven, ven con nosotras!

Las náyades son primas de las dríades, y todas nos solemos llevar bien. Eran mi segunda familia, pasaba casi todo el tiempo con ellas. Me acerqué a mis amigas

junto con Friné, que enseguida entabló conversación con una de las náyades; Abby. Abby era bajita, tenía el cabello negro, corto y brillante, y unos desconcertantes ojos verdemar tan grandes que casi se salían de lo normal.

—¿De qué hablabais? —pregunté, sentándome en una de las rocas q

ue había cerca de Nevolly.

—Estábamos diciendo —intervino Vale, una chica con el pelo negro y reflejos azules, ojos verdes y con una increíble estatura— que iremos a la fiesta de la Noche Cristalina, ¿no?

—Por supuesto —corroboró Friné—. Ya nos la perdimos una vez, no vamos a volver a hacerlo.

—¿Van a venir los pyros? —preguntó Nevolly.

—He oído que sí —contesté—. Aunque no estoy segura de que Verline ve

nga —añadí.

—¿Y por qué no? —preguntó Nevolly, entristecida.

—Últimamente están sucediendo cosas —contesté en voz baja—. Han aparecido hienas por toda la Montaña de Lava, según he oído. Ayer mataron a Perold, el compañero de Verline.

—¿Las hienas mataron a un pyro? —preguntó Vale, extrañada—. ¿Cómo es eso?

—No sé gran cosa. Mi madre tan sólo me ha dicho que un grup

o de hienas le atacaron, y él, al no estar prevenido ni acompañado, perdió la pelea y murió.

—Vaya… —se entristeció Nevolly—. Perold era el mejor amigo de Verline. Pobre Verline.

—Por eso no creo que venga. Aunque tal vez sí lo haga, no sé si su Consejo se atrevería a dejarle solo en la Montaña de Lava. Creo que todo el mundo irá a la Noche Cristalina —declaré.

—Seguramente, aunque siempre hay alguien ahí, por si pasa algo.

—¿Qué más sabes de los ataques de las hienas? —preguntó Nevolly.

—De los ataques, nada. De las hienas… —comencé, pero un chapoteo detrás de mí me alertó de que algo se acercaba. Me volví hacia el mar, y vi cómo un grupo de nereidas, probablemente seis o siete, se acercaban nadando a gran velocidad.

Se acercaron a nosotras, tanto, que casi quedaron en la orilla, de forma que les podíamos ver perfectamente la cola plateada. Todas llevaban sus largos cabellos sueltos, los cuales les tapaban el torso desnudo. Rápidamente se acomodaron entre nuestras improvisadas sillas, y siguieron el hilo de la conversación.

Mi madre me había dicho que no se lo contara a nadie, pero las nereidas eran de fiar, sabían guardar un secreto y… bueno, al fin y al cabo, ¿quién le hace caso a su madre?

—… las hienas se están extendiendo. Se apoderan de todo. Creo que, después de matar a Perold, no se fueron, sino que permanecieron allí. Los pyros ya no tienen permitido salir de la Montaña de Lava solos. Tienen que hacerlo por grupos o acompañados de un adulto. Además, no es solo la montaña —acerqué la cara a mis amigas, para poder hablar más bajo, y al instante estuve rodeada de sus rostros—. También han invadido el bosque. Cada vez aparecen más. Esta mañana me he cruzado con una.

—¿Con una hiena? —se escandalizó Vale—. ¿Y te ha hecho algo? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Tan sólo me observó un segundo, pero no le di tiempo a nada más. Me introduje en uno de los árboles y viajé hasta el mío.

—¿Cómo son? —preguntó Nevolly—. Nunca he visto una de cerca.

—Ni yo —dijo Friné.

—Ni yo —corroboró Abby.

—Ni nosotras —respondieron las nereidas.

—Yo tampoco —declaró Vale.

No me sentía muy cómoda cuando todas me observaban y me prestaban la máxima atención. No es que me diera vergüenza, simplemente prefería no ser el centro de entretenimiento. Para eso ya estaba Nevolly.

—Era grande, pude comprobarlo cuando se quedó observándome. Creo que llegaba a la altura de mi cintura, o tal vez más. De color arena, con pequeñas manchas negras. Y unos dientes… esas bestias pueden matarte de un mordisco. Tienen una pequeña cresta de pelo a lo largo de la espalda, y orejas redondeadas.

Mis amigas no pronunciaron palabra.

—Y se hizo el silencio… —musitó Friné. Yo me eché a reír.

—Venga, chicas, no pasa nada —les dije, sonriendo—. Escuchad, no se van a acercar aquí. Y si lo hacen, estamos juntas, ¿no?

—Es verdad —corroboró Nevolly, un poco más animada—. Disfrutaremos de la Noche Cristalina.

—Qué raro —dijo Vale—. ¿No te entristeces porque no venga Verline?

—Qué quieres que te diga, preferiría que viniera, pero…

—Ah, anímate, seguro que viene…

—A mí me gustaría acudir —intervino Genna, una de las sirenas—. Pero como no se celebra en el agua…

—No digas tonterías —la recriminó Iona, la “jefa” de su grupo—. Estamos mucho mejor aquí, en el mar, jugando con los delfines. Además, este tema no nos conviene. ¿A quién le importan las estúpidas hienas?

—¿Tampoco te importamos nosotras? —le preguntó Abby con desdén—. Porque, si las hienas nos invaden, podrían hacernos daño.

Las nereidas se dieron la vuelta con el ceño fruncido y se marcharon nadando, hasta que las perdimos de vista. Unos cincuenta metros más allá, un delfín saltó del agua haciendo una pirueta.

—¿Creéis que se dan cuenta de la magnitud del problema? —pregunté.

—Si es así, desde luego no lo parece —replicó Friné.

—Por cierto, ¿sabéis que las alseides van a venir? —preguntó Vale.

—¿Ah, sí? —pregunté, emocionada—. Hace mucho que no veo a Lara y a Cira.

—¿Y qué opinan vuestros padres de ir a la Ciudad de Oro después de la Noche Cristalina? —preguntó Nevolly con una sonrisa pícara.

—Pues no creo que me dejen —dije, entristecida.

—¿Y eso? —preguntó Vale, decepcionada.

—Ah, por nada —dije con ironía—. Sólo porque hay una manada de hienas sueltas por ahí, amenazando matarnos, y tenemos quince años.

—Bueno, algún día hay que empezar… —dijo Abby.

—Tonta, quería decirlo al revés. No que somos demasiado mayores, sino demasiado…

—¿Ibas a decir pequeñas? No te atrevas, Cand —dijo Friné.

—No, pequeñas no… jóvenes.

—Pues lo mismo —replicó Vale—. Entonces, ¿no vais a ir? Ahí tal vez vaya Verline… —le provocó a Nevolly.

—Sí, yo voy —aseguró ésta.

—A mí igual me dejan, no lo sé, tendré que preguntar —dije yo.

—Pues yo no pienso preguntar. Si lo hago, no me lo permitirán. Pero si no se enteran…—dijo Friné.

—¿Vas a ir sin permiso?

—Sí. Como habrá mucha gente, mi madre no se molestará en buscarme… de forma que podré irme a donde quiera. Y después de la fiesta, supondrá que me he ido a mi olmo, así que…

—Desde luego... Eso mis padres no se lo tragan ni… vamos… —dije yo.

—Bueno, pues los míos sí —dijo Friné—. Y si no se lo creen, pues… mala suerte para ellos. Pienso ir a la Ciudad de Oro de todas formas.

—Oh, Friné se pone rebelde —se rió Vale.

—Sí, hombre, que ya estoy harta… Además, mejor pedir perdón que permiso, ¿no?

—¿Cand? —oí una voz detrás de mí...

Prefacio


Las nubes se mueven. Son blancas y esponjosas, parecen suaves como el algodón, y dan ganas de tocarlas. Pegan bien con el cielo azul, y con el sol dorado y brillante. La gran estrella me ilumina, mientras yo sigo mirando el cielo. Ya había observado el bosque lo suficiente… ¿Cuánto llevo aquí? Ni idea. Nunca en mi vida he contado el tiempo que duermo en mi sauce. Ni el tiempo que paso jugando con mis amigas las náyades. Ni cuando…

Espera, sería mejor que empezara por el principio.

Me llamo Cand. Y soy una dríade, una de mis características que tendrás que aceptar y asumir por la fuerza. ¿Sabes lo que es una dríade? No, no te voy a hacer preguntar por ahí. Te lo digo yo misma. Una dríade es una ninfa, una mujer (o chica, depende de le edad) que está ligada al bosque y a las plantas, especialmente a uno de los árboles. Cada dríade tiene su árbol, y puede llegar hasta él si se introduce en el árbol de otra dríade. Y si lo vas a preguntar… no, no duele, ni es complicado. Hasta yo podría hacerlo. De hecho, lo hago…

Realmente las dríades podemos llegar a ser aburridas, ya que no hacemos ninguna cosa excepcional. Tan sólo nos reunimos en grupos, charlamos, reímos, nos contamos cosas, nos bañamos en un lago cercano a nuestro bosque junto con las náyades… y si tenemos algún mar u océano próximo, tampoco nos llevamos mal con las nereidas.

Y no te confundas, en un bosque, si un árbol está ligado a una dríade, es casi seguro que los demás árboles también, pero un Treant no tiene ni por asomo una dríade a la que ligarse. Los Treant son demasiado malvados para eso.

¿Qué tal si te cuento una pequeña historia? Te prometo que no es muy larga… Bueno, tal vez un poco.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Inauguración


Hola a todos, y bienvenidos a mi pequeño rincón.
Os recibo con hospitalidad. A partir de ahora esta será vuestra segunda casa. Podéis venir aquí cuando queráis, siempre que respetéis las normas. Saciad con esta historia vuestra insaciable sed de lectura, calmad con estas palabras vuestra infinita hambre de letras.
Todos conviviremos en una pequeña familia en la que yo seré la cuentacuentos.
Así que, ya sabéis...
Acudid a mí cada noche, y podréis mirar las es
trellas que se asoman entre los árboles mientras os susurro una historia.

¿O acaso seréis capaces de resistiros a la más dulce tentación...?









K.P.