Translate the website!

Podéis pasaros por mi otro blog...

miércoles, 27 de abril de 2011

Cap 3 - La Montaña de Lava (4/4)

Nevolly se me quedó mirando. Realmente, al lado de su novio era más atenta de lo que pensaba. Porque seguía abrazada a él.

A medianoche, salimos del castillo alumbrando el camino con llamas que los pyros portaban en sus manos. Tuvimos mucho cuidado en no acercarnos demasiado, aunque sabíamos que ellos nunca nos harían daño a posta. Les brotaba una llama de la punta de cada dedo, y Cupo jugueteaba con ellas, haciendo malabarismos y tragándose el fuego, que lamía su garganta y su lengua pero no le quemaba. Cruzamos el puente encima del río de lava, algunos pyros hicieron brotar burbujas de su interior hasta que salieron a la superficie. Nos quedamos en ese lado de la montaña, sentados cerca del precipicio, observando las tres lunas y calentándonos con el fulgor de la lava y las pequeñas llamas de los pyros. Nos hicieron varios espectáculos pirotécnicos y al final de la noche acabamos tumbados, amontonados los unos con los otros. Me tocó, por azar (juro que fue por azar… bueno, tal vez Vale tuvo algo que ver) al lado de Enthoven y de Friné. Aún así, tenía cerca a Cupo y a Dravis, un gran acierto.

—¿Por qué —preguntó Cira— hay tres lunas y sólo un sol?

—Se dice —comenzó a contar Río— que, hace mucho tiempo, la luna era una…

—¿”La” luna? —interrumpió Lara—. ¿No sería “las lunas”?

—Ahora lo explico —siguió Río—. Antes sólo había una luna. Bien, hace muchísimos años, la luna era una bella ninfa de la noche. Destacaba entre todas las ninfas de su especie, y todos los chicos de su alrededor caían prendidos de ella. El sol era, por entonces, un Estrella Luminosa, es decir, como una ninfa de la luz, pero en masculino. El sol también se enamoró de la luna, así que la persiguió, pero ella no le amaba a él, así que corrió para que el sol no le alcanzara. Pero el sol era invencible, así que, la luna, cansada, se detuvo, y musitando ayuda al cielo en una noche estrellada, las estrellas la dividieron en tres bellas muchachas idénticas a como era ella antes. El sol, al llegar hasta ella, se detuvo también, y no supo qué ocurría. Las ninfas dijeron que, si elegía a la ninfa correcta, se quedaría con él para siempre. De otra forma, las tres morirían. El sol, apurado, eligió a una de ellas, pero no era la correcta. De forma que, las tres lunas subieron al firmamento oscuro por un sendero que las estrellas habían creado para ellas, y las tres lunas, desde entonces, presiden el cielo de noche.

—¿Y qué pasó con el sol? —pregunté yo, embelesada por tan bella historia.

—El sol, al darse cuenta de que su ninfa había muerto, se quitó la vida —contestó Enthoven—. Así que, como el sendero de las estrellas todavía no se había cerrado, esperó hasta que el espíritu del cielo subió al cielo también. Por eso —finalizó Enthoven— sólo hay un sol y tres lunas.

—Qué historia más bonita —comenté.

—Sí, mola —me respaldó Friné.

—Pero mola más la que narra cómo aparecieron las estrellas en el cielo —intervino Cupo.

—Venga pues, cuéntanosla —dijo Nevolly, acurrucándose contra Verline, que le acariciaba el cabello.

—Cuenta la historia —comenzó Cupo, cerrando los ojos— que, un día, un pyro fue condenado a muerte por un delito que no cometió. Pero era el único sospechoso, de forma que lo apresaron y se dispusieron a ahogarlo en un lago cercano. Cuando estuvo delante del lago, el que mandaba allí, le preguntó si quería decir unas últimas palabras. Y el pyro, murmuró…

—¡Chisst! —le interrumpí a Cupo, sobresaltando a todos.

Me incorporé, y miré a mi alrededor, Había oído un sonido… Busqué con la mirada una fuente de luz, y lo primero que noté fue el río de lava. Después, las ventanas iluminadas del castillo. Y luego… dos ojos que me observaban fijamente.

—Hay una hiena ahí —dije, levantándome, y señalando con un dedo tembloroso a los ojos de la bestia.

Para entonces todos estábamos levantados ya.

—¡Al castillo! —exclamó Enthoven.

Todos corrimos hacia el puente y comenzamos a cruzarlo. Volví a quedarme la última, supongo que era la más lenta. Sentía que la hiena nos seguía, oía sus pasos y olía su aliento fétido a carroña. Y, de súbito, no sé por qué, el puente comenzó a romperse. Tal vez era por el exceso de peso. Las cuerdas de los laterales se soltaron, las tablas comenzaron a caer. Aún así, seguimos avanzando. Verline, que había cogido en brazos a Nevolly y había corrido como el viento, ya estaba en la puerta del castillo con ella. Vale también estaba allí junto a Abby y a Friné, y algunos hydros les alcanzaban ya. Estaban fuera de peligro. Sin embargo, los demás continuábamos corriendo, porque la bestia no se detenía. Cuando noté que la tenía prácticamente pegada a los talones, me invadió el pánico y corrí más aprisa, con tan mala suerte que tropecé con una tabla y me precipité hacia la derecha. En un segundo asumí que mi próximo destino era el río de lava, que iba a morir, que no volvería a ver a mis amigos ni a mi familia, que no volvería a estar con Damoc ni Enthoven, ni siquiera escucharía la agradable risa de Cupo… Pero éste último, que estaba muy atento, consiguió cogerme antes de que mis pies abandonaran el puente, y cuando sintió que no me iba a caer de sus brazos, comenzó a correr, alcanzando a los demás. Los pyros que ya habían llegado alzaban las manos, todos a una, coordinados impresionantemente, haciendo que lava se alzara desde el río, ascendiera para llegar arriba en forma de flechas y se lanzaban contra la hiena, que pronto se convirtió en hienas. Al menos veinte bestias, sorteaban las flechas de fuego y nos perseguían. Las que morían, caían al río de lava, quemándose por completo. Pero aún así, era un número bastante alto el que nos perseguía. Cupo y yo ya estábamos casi en el castillo, sólo quedábamos nosotros dos en lo que parecía medio puente. Bueno, nosotros, y las hienas. El puente comenzó a caer aún más, y cuando definitivamente iba a ir a parar al río de lava, Cupo saltó por fin a suelo firme, llevándome con él. Cerré los ojos y le pasé los brazos por el cuello mientras saltaba, pero cuando estuvimos ya en la otra orilla del río, miré hacia el puente… aunque ya no había. Caía a la lava, arrastrando a todas las hienas con él. Éstas gemían, enfurecidas, pero nadie impidió que murieran abrasadas.

Suavemente, le indiqué a Cupo que podía dejarme en el suelo. Él me hizo caso, y en un segundo me encontré de pie. Tras quedarme un momento observando embobada el río de lava donde se sumergían para siempre los cuerpos inertes de las bestias moteadas, me giré hacia mis amigos y los observé detenidamente uno a uno, para asegurarme que estaban bien. Pronto me percaté de que a Nevolly le pasaba algo, estaba sentada en el suelo, acurrucada junto a Verline, que le examinaba la mano derecha. Una lágrima silenciosa se deslizaba por la mejilla de Nevolly. Me abrí paso entre mis amigos, que se me quedaron mirando hasta que llegué con mi amiga.

—¿Qué le pasa? —le pregunté a Verline.

—Se ha clavado un trozo de las tablas de madera en la palma de la mano —dijo, enseñándome la herida. En el centro de la palma tenía un trozo de unos diez centímetros que sobresalía de su mano, y no quería ni imaginar cuánto trozo tendría dentro.

—¿Pruebo a quitárselo? —pregunté, intentando ayudar.

—Sí, por favor. Lo máximo que puedo hacer yo es quemar la madera, y eso la quemaría a ella también. Además, se quedarían restos dentro…

Me arrodillé junto a mi amiga y tomé su mano.

—Nevolly, ¿te duele mucho? —le pregunté. Ella asintió con la cabeza cerrando los ojos, sin emitir palabra alguna—. Escucha, te voy a quitar eso, no te va a doler más, ¿de acuerdo? Pero intenta no moverte, por favor, para sacarlo bien.

—Vale —musitó ella con voz débil.

Verline se puso detrás de ella y la abrazó por la cintura, apoyando su cabeza en la coronilla de ella. Yo me senté para estar más cómoda, y con suavidad intenté sacarle la pequeña estaca de la mano. Para entonces todos los demás ya habían formado un corrillo y tranquilizaban a Nevolly, que no quería mirar su herida, mientras le quitaba la pieza de madera.

La estaca no salió. Tiré un poco más, y Nevolly emitió un pequeño gemido. Verline la agarró más fuerte.

—Escucha, voy a tirar de golpe, ¿vale? —le pregunté a Nevolly. Ésta asintió, comenzando a sollozar—. Tranquila. Ya no te dolerá más. Uno… —agarré el trozo de madera con fuerza—. Dos… —me preparé para tirar—. Tres.

Tiré una única vez, con fuerza y determinación, sin vacilar un momento. Mi amiga no soportaría más intentos fallidos, tenía que arrancarle la estaca ya. Cuando la madera se separó de su mano, comenzó a brotar sangre a borbotones.

—Ya está, ya está —le susurró Verline a Nevolly mientras la acunaba en sus brazos.

Arrojé la estaca manchada de sangre con todas mis fuerzas. Fue a parar al río de lava.

—Vamos dentro, la fiesta ha terminado —dijo Cupo.

Verline cogió en brazos a Nevolly, y todos juntos comenzamos a avanzar hacia el castillo. Sí, las hienas nos habían arruinado la noche. La fiesta en la Montaña de Lava había acabado ya.

domingo, 24 de abril de 2011

Cap 3 - La Montaña de Lava (3/4)



Hola a todos! Mi buena amiga Laura Lozano me ha vuelto a dar un premio xD Esta mujer es un cielo! *-*
El premio se da al blog más "primaveral". Y sí, la verdad es que mis dríades son bastante "primaverales" xDDD
En fin. Ahora, en teoría, debo pasar el premio de seis a nueve blogs. Y como estas reglas me las paso por donde yo os diga (sin ofender) pues voy a nominar a quien me dé la gana (como siempre, vamos. No sé de qué os sorprendéis).

Para empezar, a la misma Laura, porque es un encanto de mujer y me da premios cada dos por tres ^^
También a Eximia, que sigue todas mis entradas, a Fer, que siempre está ahí, a Clary Claire, por sus fantásticas publicaciones, a Albaescritora, que sigue (o eso creo) este blog y el de "Estaré ahí", y por último (pero no por ello menos importante) a Eileen, que se ha
incorporado hace poco a este pequeño rincón de magia, y tiene un blog que de momento arranca bien, aunque no lleva mucho publicado (por lo menos uno de los dos que he visto).

Felicidades a los ganadores. No sé si os avisaré, de forma que así pruebo quién me lee de verdad (MUAHAHAHAHAHAHA). A ver quién se entera de que es premiado sin que se lo diga.
Bye Bye!!



*********************************************************************



Llegamos a la cima. Ante nosotros se erguía el castillo, negro como la noche, amenazador como un gigante a punto de despertar de su letargo… Y aún así, era precioso. Pero, como nada es sencillo en esta vida, entre el castillo y nosotros había un río de lava que borboteaba, como un foso. Y, para cruzar ese foso…

—Un puente —dijo Vale, incapaz de creérselo—. ¿Tenemos que cruzar ese puente desmadejado y roto?

La verdad es que no era el puente que en mejor condiciones había visto en mi vida, no. Era parecido al que había que cruzar para llegar a la Ciudad de Oro, pero en peor estado, y con peores consecuencias si caías…

—Bien, pongámonos a ello —dijo Dravis, animado, frotándose las manos—. Voy yo primero.

Así que, con paso grácil, se acercó al desmadejado puente y, apoyando las manos en las finas cuerdas que había a los lados, comenzó a cruzarlo. El puente se zarandeó un poco y las tablas crujieron, pero no se rompió bajo el peso de Dravis. Siguió avanzando hasta llegar casi al final, y antes de pisar suelo firme de nuevo, se volvió y nos hizo una seña pa

ra que le siguiéramos. Yo suspiré y seguís sus pasos. La verdad es que el puente no parecía resistente, pero tampoco se rompió bajo mi peso. No tropecé, y llegué bastante pronto junto a Dravis. Uno a uno, mis amigos fueron cruzando. Dejaron a Damoc para el final, y cuando él estuvo con nosotros, volvimos la vista hacia el castillo. Era todavía más imponente de cerca; parecía más alto. Enfrente de nosotros se encontraba la puerta de hierro forjado, completamente negra. Era alta, de varios metros de altura, y se camuflaba con las paredes de piedra oscura. Avanzamos con vacilación al principio, pero las chicas y yo comenzamos a andar con soltura poco después. Los chicos nos miraban estupefactos, al percatarse de que nosotras reíamos despreocupadas, incluso cuando estábamos en un castillo desconocido al anochecer, rodeadas de un río de lava. Nos siguieron

sin decir nada, y nosotras seguimos riendo y charlando hasta que entramos al castillo. La puerta estaba entreabierta; dejaba pasar al exterior una finísima línea de luz amarilla de la que antes no nos habíamos dado cuenta. Abrimos la puerta hasta que pudimos pasar por ella con facilidad, y después penetramos en el castillo con los chicos.

La verdad es que el interior del castillo era todavía más impresionante que el exterior. Enfrente de nosotros había una pequeña fuente de lava, que caía a chorros sobre piedra blanca. Porque, a diferencia del exterior, el interior era completamente blanco. A nuestra derecha había una escalera que subía en forma de espiral, por la que, en ese momento, varios pyros subían y bajaban. A la izquierda había una gran puerta de madera, completamente cerrada, por la que no nos atrevimos a entrar.

—¿Nevolly? —oímos una voz proveniente de la escalera. Y a juzgar por la reacción de Nevolly, supusimos que era…

—¡Verline!

Nevolly corrió a su encuentro y se encerró en sus brazos. Yo sonreí mientras apoyaba todo el peso de mi cuerpo en la pierna derecha y me cruzaba de brazos.

—Mira quién ha venido —reconocí otra voz.

Al observar las escaleras descubrí que allí también estaban Cupo, Tesio, Río, y Enthoven. Los tres últimos bajaron por las escaleras, pero Cupo saltó desde donde estaba, que era un piso mas arriba, y aterrizó justo a mi lado. Llegó al suelo flexionando las piernas, y cuando mantuvo el equilibrio, se estiró de nuevo, recobrando toda su altura.

—¿Nunca vas a dejar de hacerte el interesante? —preguntó Verline, todavía con Nevolly en sus brazos. Ella había cerrado los ojos.

—Fanfarrón —intervino Tesio.

—Ojalá te caigas —bromeó Enthoven.

—¿Cómo estáis? —nos preguntó Cupo a mis amigas y a mí (a los hydros no, dudo que pudieran escuchar a la vez que se partían de risa).

—Ah, muy bien, gracias —respondí un poco en general, en nombre de todas.

—Hemos venido a ver si hay fiesta esta noche o no —respondió Vale con una sonrisa.

—Ah, aquí todos los días son fiesta… —dijo Río, sonriendo.

—Vaya, eso tendríamos que hacer en Terramarina —dijo Friné.

—Y en Blodyn —intervinieron Lara y Cira al tiempo.

—Hombre, al final nos cansaríamos un poco —dijo Abby—. Todos los días de fiesta…

—¡Qué nos vamos a cansar! —desmintió Damoc, arrancando una carcajada a todos.

—Bueno, confío en que no habéis cenado —dijo Verline, cambiando el abrazo de Nevolly. En vez de cogerla por la cintura, le pasó un brazo por los hombros, y ella le apoyó la mano en la parte baja de la espalda mientras miraba, ruborizada, a Vale, que no paraba de reírse, y a Cira, que… hacía lo mismo.

—Confías bien —contestó Nevolly. Seguía despierta, a pesar de todo.

—Bueno, venid todos al salón, cenaremos juntos. Nosotros tampoco hemos comido nada desde el mediodía.

Seguimos a los pyros por las escaleras, y en el tercer o cuarto piso (dejé de contar a partir del segundo) nos paramos y fuimos recorriendo pasillos y corredores. Después de mucho marearnos, llegamos delante de una puerta de madera maciza. La traspasamos, y entramos en un comedor gigantesco. Estaba decorado con muchas antorchas colgadas de las paredes, y del centro del techo pendía lo que parecía una gran vela roja. Había tan sólo una mesa redonda, pero tan grande que alrededor tenía unas cincuenta sillas, tal vez más. La mitad de las sillas estaban ocupadas ya, así que nos sentamos en los sitios que quedaban. Después de mucho protestar, gemir, lloriquear, sobornar, pedir, mentir y asegurar, cada uno acabó sentado más o menos donde quería. Yo estaba entre Cu

po (a mi derecha) y Lara (a mi izquierda). Vale, Cira y Nevolly acabaron sentadas juntas, cómo no, y Verline, al lado de está última. Tesio, Río y Enthoven se habían intercalado entre los hydros, y Friné y Abby estaban entre Nicanor y Lara. Todo el mundo parecía la mar de feliz.

—¿Qué hay para cenar? —preguntó Cira.



—Lo que queráis —respondió Tesio.

—El castillo tiene un sistema bastante práctico —intervino Río, para explicar lo que Tesio había dejado a medias—. Uno de los pyros tenemos que poner la contraseña, y a partir de entonces, toda la comida que mencionéis mientras estéis sentados aparecerá delante de vosotros.

—Guay —dijo Dravis, frotándose las manos. Alguno

s rieron.

—¿Cuál es la contraseña? —pregunté yo.

Cupo se limitó a enseñármelo. Con la mano derecha, cerró el puño dejando estirado tan sólo el dedo índice, y sobre la mesa de madera, comenzó a dibujar una forma extraña:

El dibujo se había grabado a fuego en la madera, como si una llama hubiera lamido la mesa. Y tan sólo había pasado el dedo por encima. Es un pyro, concluí.

—Bien, ya podéis pedir —indicó Tesio.

Al instante, todos comenzaron a pedir comida a la vez. Yo, para probar, dije en voz alta:

—¡Frutos azules!

De pronto, una cascada de frutos azulados cayó desde algún punto situado encima de nuestras cabezas. Los frutos se pararon en seco antes de llegar a la mesa, y después cayeron de golpe a la madera. Atrapé uno entre el dedo índice y el dedo gordo de mi mano derecha, y me lo llevé a la boca con lentitud. Era dulce, aunque tenía un matiz un poquito, pero muy poquito, salado. Delicioso. Justo como los frutos dulces de Terramarina recién recogidos. Observé que mis amigos hacían cosas parecidas, aunque a Dravis se le ocurrió pedir los frutos más escasos de Terramarina; los frutos dorados. Yo nunca los había probado, se decía que tenían el sabor más dulce del mundo, y a la vez podían ser sabrosos y salados.

Pedí algunos frutos más, y luego Lara y yo animamos a Dravis para que pidiera carne, a lo que pronto se sumaron Vale, Nevolly, Cira, Friné y Abby. Al final, nuestro amigo cedió y musitó: “¡Carne fresca!”. Instantes después, un pedazo de carne rojiza aterrizó justo delante de él, encima de la mesa.

—Puaj —puso Damoc cara de asco—. ¿Te vas a comer eso?

Dravis no contestó y agarró el filete de carne. Con expresión de repugnancia, le dio un mordisco. Pero no consiguió arrancar un trozo con los dientes, así que tiró con todas sus fuerzas. Al fin, la carne cedió y pudo meterse un trozo a la boca. Lo masticó con lentitud y después lo escupió.

—Es que no lo has cocinado —justificó Cupo, dejando a un lado el filete que se estaba comiendo él—. Trae eso.

Dravis le pasó su trozo de carne a Cupo, que lo agarró con las dos manos unos segundos, hasta que el filete se cubrió de una capa muy fina de color negro.

—Espero que te guste bastante hecho —comentó Cupo mientras le devolvía el filete a mi amigo.

Éste cogió la carne con una expresión extraña en el rostro, y acto seguido le dio un mordisco. Esta vez consiguió arrancar un trozo la primera vez, pero unas motas negras cayeron de la carne hasta la mesa. Dravis volvió a masticar con parsimonia, pero escupió la carne con más rapidez que el otro trozo.

—¡Está quemada! —exclamó, mientras los otros reían.

—No, quemada es esto —respondió Cupo.

Le cogió de nuevo a Dravis su filete, y tras unos segundos en sus manos, comenzó a volverse más y más negro. Pocos segundos después, la carne se fue desmoronando, hasta quedar tan sólo un montoncito de ceniza encima de la mesa, enfrente de Cupo.

—La otra carne se podía comer, apuesto a que ésta no te la tragas —le retó Tesio a Dravis.

—Eso no se lo traga ni tu madre —respondió Dravis, volviendo a masticar frutos dorados, ya con expresión de felicidad.

—Apuesto a que mi madre lo haría.

—¿Lo haría? —se sorprendió Dravis.

—Sí.

—Qué madre más guay. ¿Me la cambias? —pidió, mientras las chicas nos partíamos de risa.

—Eh… em… déjame pensar… no.

—¡Vaya! —se lamentó Dravis—. He estado a esto —acercó su dedo índice a su dedo gordo de la mano derecha, tanto, que casi se tocaban— de tener una madre guay.

—Pero si ya la tienes, Dravis —le dijo Damoc—. ¿Qué madre sería capaz de dejarte ir a la Ciudad de Oro cuando tenías diez años, y casi dejarte ir a la Torre Blanca este año?

—Vaya, ni mi madre —musitó Tesio.

Así pasamos la cena, charlando despreocupadamente y riéndonos de las bromas y tonterías de Dravis, Tesio y Cupo. Cuando estuvimos llenos, abandonamos la mesa y Verline nos llevó de visita por el castillo. Fue en vano, todos aceptamos al final de una hora que sólo los pyros eran capaces de estar allí sin perderse ni una vez. Ese amasijo de pasillos, esa multitud de puertas, no iba conmigo. Pero el castillo era precioso, la verdad es que me gustó bastante. Mientras Verline explicaba cosas, Cupo susurraba bromas, y al estar la que más cerca de él, me reía yo sola. Creo que en más de una ocasión, Nevolly se me quedó mirando. Realmente, al lado de su novio era más atenta de lo que pensaba. Porque seguía abrazada a él.

lunes, 18 de abril de 2011

Cap 3 - La Montaña de Lava (2/4)

Dravis y yo llegamos pronto al Mar Profundo. Por supuesto, en la orilla, sentadas encima de unas rocas, estaban mis amigas, y los demás hydros con ellas. Las nereidas no estaban presentes, probablemente nadaban con los delfines muy lejos de allí. Dravis nos acercamos sigilosamente, aunque no lo suficiente como para que Lara no nos descubriera antes de llegar.

—Ey, chicos —saludó ella.

—Buenas —contesté. Me senté en una roca junto a Lara, acompañada de Dravis—. ¿De qué hablabais?

—Estábamos pensando en ir de excursión —respondió Friné.

—¿Adónde? —inquirió Dravis.

—A la Montaña de Lava —respondió Nevolly con una sonrisa.

—Sí, Nevolly no puede resistirse a los encantos de Verline, tiene que reunirse con él de nuevo —dramatizó Vale—. Al fin y al cabo, ya llevan dos días sin verse…

Todos se echaron a reír, incluida Nevolly.

—No, no vamos por eso —intervino Cira—. Sino por Candy, que…

—Cira, cállate —la previne, sin dejarle acabar la frase.

—¿Cuándo vamos?

—Podemos ir ahora mismo —contestó Vale.

—Bien, pero yo no puedo llegar muy tarde, mañana me iré de Terramarina —anunció Lara.

—¿Mañana? ¿Tan pronto? —pregunté.

—Sí, ya sabes como es mi madre… —suspiró—. En fin, ¿nos vamos?

—Bien. ¿Vamos a ir andando? —preguntó Abby.

—Hombre, no creo que los centauros se ofrezcan —bromeó Friné.

—Tener a alguien en su lomo supone la mayor deshonra para un centauro —les dije.

—Sí, como cuando haces algo ridículo en medio de una fiesta —intervino Dravis—. No es —añadió— que me haya pasado nunca, claro.

Todos no s reímos.

—Pero a mí me duele la pierna; no aguantaré mucho andando… —repliqué.

—Bueno, si hace falta te llevamos en brazos.

—Eso, eso.

—Sí, te ayudamos.

—¡Claro!

—Pero vámonos ya, si no, al anochecer no habremos llegado todavía —dijo Damoc.

De forma que comenzamos a andar. Salimos de la playa para adentrarnos en el bosque, y cruzamos la mayor parte. Friné y yo nos movíamos con facilidad (aunque ella con mucha más que yo, obviamente), esquivando los árboles con una agilidad propia de las dríades, y aunque los demás intentaban copiar nuestro paso suave e instintivo, no lo conseguían. Pero mantenían nuestro paso, nadie quería quedarse atrás.

Tomamos por fin un camino a la derecha, sin piedras, árboles, flores, plantas… era todo tierra, no se veía nada al horizonte excepto un pequeño pico negro. Todo lo demás, desierto. Así que, sabiendo que el camino no iba a ser corto, emprendimos la marcha. Pero el viaje merecería la pena, nos esperaba una noche de fiesta prometedora, y no la íbamos a desperdiciar. Los pyros nos darían de cenar en el castillo, y después, podríamos explorar los alrededores. Aunque tal vez había que volver un poco pronto, por Lara…

La verdad es que al final, el viaje se me hizo un poco largo, de forma que Friné y Lara me agarraron una de cada brazo y se ofrecieron como punto de apoyo para que yo caminara más cómodamente. Después de varias horas, el pico negro y lejano en el horizonte era ya una montaña que se alzaba unos metros delante de nosotros. Era descomunal e impresionaba bastante, de color negro, recortaba el cielo anaranjado. Las tres lunas comenzaban a aparecer en el cielo, cada una en un cuarto distinto. Esa noche, la luna central estaba llena, la de su derecha en cuarto creciente, y la de la izquierda, en cuarto menguante. Los tres satélites formaban una perfecta simetría.

Observamos que, en la cima de la montaña, un castillo negro como la noche parecía una prolongación de la tierra. La mayoría de las ventanas brillaban, aunque desde nuestra posición no se distinguían mucho más que puntos amarillos en una mancha negra, muy oscura.

—Bueno —dijo Dravis, estirando el cuello—, ahora queda subir la montaña… ¿Quién está cansado?

Todos alzamos las manos, demasiado agotados como para hablar.

—Uf —suspiró Dravis, aliviado—, menos mal, creí que era el único.

Así que, tras encontrar un camino que subía la montaña en forma de espiral, comenzamos a recorrerlo. Lo cierto es que subir nos costó menos de lo que pensábamos, o tal vez fue porque Damoc nos metió mucha prisa. No lo sé…

Llegamos a la cima.

martes, 12 de abril de 2011

Cap 3 - La Montaña de Lava (1/4)


¡Hola! Bueno, antes de que leáis el capítulo: ¡Me han dado dos premios!
Sí, es el mismo, pero otorgado por tres personas distintas: Sun Burdock (o Katia Corbett, lo mismo es ^^), Laura Lozano y Divinum Eximia.

Las normas del premio son éstas:

-¿En qué te inspiras para hacer una entrada?
Bueno, en nada en especial, simplemente sigo el curso de la historia como mejor me convenga. A veces ver imágenes o hacer dibujos me ayuda, y escuchar música también.

-Descríbete en cuatro palabras:
Imprevisible, orgullosa, tranquila, mandona.

-Frase favorita:
No podría elegir una. Voy a poner varias:
*El dolor es bueno. Significa que estás vivo.
*Y como el mundo está vacío, llenémoslo de chocolate.
*El valor de un lugar depende del valor de las personas que hay en él.
*La única forma de alcanzar la inmortalidad es morir. Lamentablemente nadie quiere hacerlo, pero todos desean ser inmortales.

-Personas a las que premio:
*Laura Lozano, Divinum Eximia y Sun Burdock, porque aunque hayan sido ellas quienes me han "nominado", se lo merecen del mismo modo.
*Fer, por http://diadecitas.blogspot.com Gracias por hacernos reflexionar de ese modo tan breve y conciso.
*Clary Claire, por http://escueladecombatenovela.blogspot.com , por su fantástica novela (aunque no me haya leído todos los capítulos. ¡Lo siento!) que aunque se parezca sospechosamente a la mía, o al menos al principio (hum... that's suspicious... Nah, es broma, no te estoy llamando plagiadora ni nada) es muy buena :)

Y eso es todo, amigos! (como supongo que no me puedo premiar a mí misma por mi otro blog, pues termino las nominaciones aquí. MUAHAHAHAHAHAHAHAHA!!!!)

Y por fin, el capítulo de hoy/esta semana/este mes/ lo que sea:


***************************************************************************

Me desperté con los cantos de los pájaros. Al primer momento no me acordé de lo que había pasado, pero tras unos segundos los recuerdos me invadieron. La Noche Cristalina, la Ciudad de Oro, el Jardín Dorado, las hienas, mi salvador, Daxópolis… Todo se amontonaba en mi mente y me producía dolor de cabeza, que se sumaba al de la espalda y de la pierna. ¿Cuánto habría dormido? Por lo menos un día, reflexioné, ya que, si en ese momento era por la mañana, y me habían llevado a mi sauce una mañana (y era imposible que no durmiera ni unas pocas horas)… Uf, casi no me había dado tiempo a despertarme y ya me estaba montando un lío de mucho cuidado…

Mucho más fuerte que cuando me trasladaron a mi árbol, salí de él. Enseguida el sol me cubrió por completo y pude respirar aire fresco. Enseguida descubrí que mi vestido seguía roto y manchado de sangre, y todavía tenía en la espalda y en la pierna las vendas de hojas y raíces.

—¿Candy? ¡Candy!

Mi madre corrió hacia mí, y debo decir que me abrazó con demasiada fuerza. De milagro no me rompió algún hueso.

—¿Cómo estás? —me preguntó cuando se hubo separado un poco.

—Bien, aunque todavía me duelen las heridas. ¿Cuánto tiempo he dormido?

—Pues un día entero —respondió mi madre.

—Vaya…

—¿Qué pasó? Tus amigas no me han aclarado nada.

—Fuimos a la Ciudad de Oro —me avergoncé—. Cuando íbamos a irnos, comenzó a haber una niebla tan densa que no veíamos ni nuestras propias manos. Nos quedamos allí unos minutos, pero vi unos ojos, y Damoc dijo que era una hiena —a mi madre le recorrió un escalofrío por la espalda—. Huimos, pero a mí me alcanzó una de ellas.

—¿Había más de una?

—Eso creo. Una de ellas me mordió la espalda, y otra la pierna. Después, alguien me salvó, y me trajo aquí… no me acuerdo de mucho más.

—Creo que te trajo un pyro, uno de los amigos de Nevolly.

—Ah, puede ser —evidentemente, quien me había salvado era un pyro. Tenía la piel demasiado cálida para ser un hydro u otra criatura. ¿Quién habría sido…?

—Estaría bien que fueras a visitar a tus amigas, están preocupadas por ti.

—Vale…

—Pero antes —me cortó—, pídele a tu árbol hojas y unas raíces, y hazte el vendaje de nuevo. Ya llevas un día entero con él. ¿Quieres que te ayude?

—No, gracias, puedo yo sola. Hasta luego.

Al cabo de un rato iba hacia el árbol de Friné, con el nuevo vendaje puesto y un nuevo vestido que me había dado mi madre. Supuse que mi amiga estaba allí, pero la única que rondaba en su claro era su madre.

—Hola, Candy, cariño. ¿Cómo estás? ¿Te has recuperado?

—Sí, ahora estoy bien, gracias. ¿Dónde está Friné? No está en su árbol ¿verdad?

—No, se ha ido con las demás al Lago Profundo. Supongo que estarán allí los hydros…

—Sí, eso creo yo. Bueno, me voy a buscarla, gracias.

—De nada, Candy. Que te recuperes.

—Gracias, adiós.

Volví sobre mis pasos durante unos minutos, y después cogí un sendero que había a mi izquierda, un atajo para llegar al Lago cuanto antes. La verdad es que me dolía bastante la espalda al andar, pero no tanto como la pierna, que me molestaba a cada paso. Aún así, llegué sin dificultad al Lago Profundo. Allí estaban todos los hydros, mis amigas las náyades, las alseides, y Friné. Me acerqué silenciosamente; Friné fue la primera en verme.

—¡Ey! —me saludó, corriendo hacia mí. Enseguida me dio un abrazo, aunque la frené un poco para que no me estrujara demasiado.

Una a una, todas mis amigas se acercaron a mí y me abrazaron también. También los hydros se acercaron, y aunque la gran mayoría también me abrazó, no fueron tan efusivos. Después, todos nos sentamos en la orilla del lago y formamos un círculo.

—¿Cómo estás? —me preguntó Dravis.

—Muy bien, gracias.

—Cuéntanoslo —pidió—. ¿Cómo fue? Tus amigas y Damoc nos han contado lo que ocurrió, pero tú lo viviste de primera mano.

Suspiré, y comencé a contarlo. Eran muy buen público; no me interrumpieron ni una sola vez. Contuvieron la respiración en el momento exacto, se taparon la boca en el instante apropiado. Cuando terminé, no hablaron durante unos segundos.

—¿Te duele? —preguntó Cira al fin.

—Un poco, no tanto como antes.

—¿Fue a por ti directamente? —inquirió uno de los hydros—. ¿O te atacó porque te caíste?

—No lo sé. ¿Por qué iba a ir a por mí?

—Ah, no sé como lo haces, pero tú siempre tienes la culpa de todo —declaró Friné.

Yo le di un codazo.

—Esto es serio —dijo Abby—. Pero la hiena no estaría buscando a Candy, ¿no?

—¿Has hecho algo que las ha podido ofender? —preguntó Damoc.

—Que yo sepa, no —contesté.

—No tiene por qué haber una razón —intervino Nevolly—. Mataron al compañero de Verline, Perold. Y él no les había hecho nada a las hienas.

Hubo un momento de silencio.

—Cambiemos de tema —dijo Dravis rápidamente—. ¿Sabéis que he aprendido un nuevo truco?

—A ver, sorpréndenos —le apoyé, aunque no sabía por qué estábamos haciendo aquello.

Dravis alzó la mano derecha hacia el lago. Lentamente, comenzó a cerrar los dedos, y una esfera de agua salió desde el fondo del lago para posarse a unos centímetros de la superficie. Dravis, haciendo giros de muñeca, hizo girar la esfera. De pronto, abrió los dedos de nuevo, y la esfera de agua se convirtió en un montón de flechas que vinieron hacia nosotros con rapidez. En un acto reflejo, todos (excepto Dravis) nos tapamos la cara con las manos, aunque no sirvió de mucho. Acabamos empapados.

—¡Ya te vale! —le dije, mirando mi pierna derecha. Las raíces se habían reblandecido con el agua y las hojas se escurrían entre ellas poco a poco. Al final, mi herida quedó al descubierto—. Me has estropeado el vendaje, Dravis.

—Ay, lo siento —me pidió disculpas—. No había caído en lo de tu venda. Vaya, eso tiene mala pinta —constató, observando con repugnancia mi herida.

A decir verdad, sí que era un poco horripilante; había dos tajos paralelos a lo largo de mi pierna, rodeados de rasguños y moraduras. Los tajos se habían secado, pero unas manchitas negras, diminutas, se esparcían por encima. No había probado a frotar para limpiármelas, pero estaba segura de que no se irían.

—Lo sé, aunque no duele tanto como parece —declaré.

—Buf, eso espero —respondió Dravis.

—Oye, ¿cuándo es la Fiesta de las Flores? —preguntó Friné.

—La próxima tri-luna llena —respondió Cira.

—Dentro de dos semanas —aclaró Lara, al ver la cara de confusión de todos.

—Ah —suspiró Dravis.

—¿Vais a venir? —preguntó Cira.

—Sí, yo sí —respondí con prontitud.

—Yo también —contestó Friné.

—Nosotras iremos —respondieron Vale y Nevolly a coro.

—¿Y vosotros? —les preguntó Lara a los hydros.

—Tal vez —dijo Damoc—. ¿Es en Hesperinda?

—Sí, en nuestro valle —contestó Cira—. Empieza por la mañana, comemos todos juntos, por la tarde vamos a buscar flores, después es cuando decoramos todo. Cenamos, y entonces es cuando empieza la fiesta.

—Ah, si hay fiesta por la noche, voy —declaró Dravis.

—Si, yo también —añadió Möhl, otro hydro.

—Bueno pues me apunto —respondió Damoc.

—Bien —celebró Lara—. Venid todos.

—Lo haremos —contestó Dravis.

—Vale, yo me voy ya, a cambiarme el vendaje —le fulminé con la mirada a Dravis mientras me levantaba. Él se sonrojó.

—Lo siento. ¿Quieres que te acompañe?

—Tranquilo, puedo ir sola.

—Yo sí te acompaño —declaró Friné, levantándose—. Tengo que irme ya, mis padres me estarán esperando para comer.

—Vale, muchas gracias —le contesté—. Bueno chicos, hasta esta tarde. Estaréis aquí, ¿no?

—Sí, por supuesto.

—Hasta luego.

—Adiós…

Friné y yo nos fuimos por el sendero, de vez en cuando ella me miraba de reojo. Al final, soltó:

—¿Qué ha pasado con Damoc?

Suspiré.

—Dijo —comencé, andando con dificultad— que habría ido conmigo si no se hubiera comprometido con Lara.

—Pero eso no tiene sentido —interrumpió Friné, dándome la mano para que yo pudiera andar con más facilidad—. ¿No fue él quien se lo pidió a ella? Si es así, te ha mentido. Porque Lara no te habrá mentido, ¿no?

—No, claro que no. Lara es mi amiga desde siempre. Conozco a Damoc tan sólo desde hace tres años. No me fío de él tanto como de ella.

—Oh, el amor se ha enfriado —suspiró Friné.

—No digas bobadas, el amor nunca ha estado caliente —contesté—. Pero en fin. Qué se le va a hacer. Bueno, ¿y qué tal va lo tuyo con Nicanor? ¿Qué pasó en la Noche Cristalina?

Suspiró.

—Nada. De momento sólo somos amigos.

—Vaya, lo siento… él se lo pierde.

—Pues sí —contestó ella.

Las dos llegamos a mi árbol y después ella se fue a su claro para comer con su familia. Yo me cambié el vendaje, me reuní con mis padres y mi hermana, y comí con ellos. Luego volví al Lago profundo, aunque allí tan sólo estaba Dravis.

—Hola —le saludé, mientras cojeaba hacia él—. ¿Dónde están los demás?

—Se han ido al Mar Azul, a mí me ha tocado quedarme aquí para esperarte.

—Vaya, lo siento. ¿Vamos?

—Sí.

Los dos volvimos por el sendero que yo acababa de recorrer, y cruzando el bosque, nos encaminamos hacia el Mar. Dravis terminó por cogerme del brazo como había hecho antes Friné, porque en varias ocasiones estuve a punto de caerme.

—¿Por qué —comencé— antes, cuando estábamos en el lago, cambiaste de tema cuando Nevolly dijo que Perold no le había hecho nada a las hienas?

—¿No lo sabes…? —preguntó él, deteniéndose y mirándome a los ojos.

—Si lo supiera no preguntaría, ¿sabes?

—Cambié de tema, porque Perold… bueno, no fue exactamente él, pero…

—¿Y bien…?

Dravis suspiró antes de contestarme. Echó de nuevo a andar, arrastrándome con él. Cuando me adapté a su paso, él, sin mirarme, respondió:

—El padre de Perold fue el primero en desterrar a las hienas a la Isla Flama.

domingo, 3 de abril de 2011

Cap 2 - La Noche Cristalina (5/5)

Y reemprendimos la marcha. Lo curioso fue que permanecimos en silencio en cuanto traspasamos el arco del castillo, así que me dio tiempo a pensar. Pensar era uno de mis pasatiempos favoritos, aunque Abby decía que “Está en una de las tres lunas”. La verdad era que, según mis cálculos, tenía que amanecer en breves. Pero la noche seguía igual de oscura, y una densa niebla cubrió todo cuando llegamos a la fuente de la entrada de la Ciudad.

—Quietas, no os mováis —indicó Damoc. La niebla era tan densa que no veía ni mis propias manos—. Agarraos de las manos como podáis y no os soltéis. Esperaremos a que se pase.

Agarré las dos primeras manos que encontré, que por el olor floral creo que eran de Lara y Cira. Esperamos allí minutos, no sé cuántos, hasta que se me ocurrió mirar detrás de mí. Y lo que descubrí me asustó.

Unos ojos brillantes destacaban en medio de la niebla, y me observaban con detenimiento y deseo. Sólo había visto unos ojos así una vez en la vida, y la verdad es que ya sabía qué era lo que me estaba mirando.

—Damoc —es el primer nombre que me salió de la boca. No me preguntéis por qué, porque ni yo misma lo sé—, hay algo ahí, mirándome.

Damoc observó los ojos, y tras un segundo en el que se paralizó, musitó:

—Una hiena…

Eso fue un terrible error. Mis amigas gritaron, espantadas, al oír ese nombre en boca de Damoc. Corrieron hacia la dirección en que (suponían) estaba la salida, huyendo, despavoridas. Damoc y yo las seguimos, sabiendo que la hiena no se iba a quedar allí parada. Corrí como nunca hacia la dirección en que había visto desaparecer a Damoc (él iba delante de mí), y conseguí cruzar la puerta de oro sin chocarme con el muro. Fuera de la Ciudad ya no había niebla, así que, guiada por la luz de la luna, avancé con velocidad (lo que a mi me pareció) supersónica; aún así, llegué al puente la última. Algunas ya estaban al final y les faltaban unos pasos para llegar al otro barranco, otras iban por la mitad. Pero todos me llevaban ya un trecho. Así que corrí, corrí, y no paré de correr, pero pronto mis peores temores se cumplieron. Oí unos pasos detrás de mí, y enseguida sentí que me tiraban al suelo. Caí bocabajo, y cerré los ojos, asustada. De súbito, unos dientes se clavaron en lo alto de mi espalda, rasgaron el vestido hasta llegar a mi carne, y presionaron tanto que comenzó a brotar sangre; se me tiñó el vestido de rojo. Grité de dolor, era como si se te clavaran cuchillos afilados en el cuerpo y apretaran hasta llegar al otro lado… Al momento comprendí que la hiena no estaba sola, pues además de la herida en la espalda, sentí un desgarrón en la pierna que me hizo gritar más. No me podía mover, no podía hacer nada. A lo lejos oía los gritos de mis amigas y de Damoc. Creí que iba a morir allí… Pero, de pronto, los dientes dejaron de morderme y el peso que me oprimía la espalda desapareció, seguido por un fuerte olor a quemado y un quejido. Después; nada… un chapoteo.

No abrí los ojos, estaba demasiado débil para eso. Unos segundos después, unos brazos fuertes y agradablemente calientes me cogieron, todavía bocabajo, y quien fuera que me llevaba, comenzó a andar. Supe que ya estaba a salvo porque mis amigas dejaron de gritar. Sentí una caricia en la espalda, pero no supe quién había sido. Ni siquiera sabía quién me llevaba…

La persona que me portaba comenzó a correr, pero me sujetó de tal manera que no me bamboleara de un lado a otro. Las heridas me dolían, pero por lo menos los dientes de las hienas ya no escarbaban en mi carne y aquellos brazos cálidos me protegían de la noche, que ya se acababa. Estaba un poco mareada, así que no me atreví a abrir los ojos. Esperaba que todas mis amigas estuvieran bien, y que a mi salvador tampoco le hubiera pasado nada… Y aunque seguía cabreada con Damoc, tampoco quería que él resultara herido.

Enseguida comprendí que los pyros y los hydros seguramente seguirían en el Jardín Dorado, probablemente ajenos al peligro que podrían haber corrido. Eso, si no lo habían corrido ya. ¿Y si les han herido también a ellos…? ¿A quién habrán matado? ¿A Cupo? ¿A Río, a Tesio? ¿… a Enthoven…? Borré esos pensamientos de mi mente sacudiendo la cabeza, lo que, por otro lado, no fue muy buena idea, ya que no hice más que conseguir que el dolor de mis heridas se multiplicara, una lágrima se deslizó por mi mejilla derecha y cayó al brazo del chico que me llevaba. Me mantuve lo más quieta posible, para facilitarle el trabajo a mi salvador y para evitar hacerme todavía más daño aún. Ojalá hubiera hecho caso a mi madre, y no hubiera ido a la Ciudad de Oro… pero, en fin, no había vuelta atrás. No servía de nada lamentarse por las cosas pasadas… aunque el dolor seguía en el presente, ya lo creo que sí. Y apostaba a que me iba a seguir doliendo en el futuro, un futuro muy cercano, a decir verdad.

No sé cuánto tiempo estuvo el chico corriendo, aunque me acuerdo de que pensé que pronto se iba a cansar de llevarme. Pero él no se paró, y estuvimos un rato más avanzando. Ni siquiera sabía adónde me llevaba… mas pronto comencé a oír risas y música, así que supuse que nuestro destino era Daxópolis. Bien, así alguien me podría curar. Lo único que quería en ese momento era estar tumbada en algún sitio blandito o encerrada en mi árbol. Lo mismo me daba. Y también necesitaba saber que todos estaban bien. No me quedaría tranquila hasta saberlo.

El sonido fue aumentando; estábamos más cerca. Por lo visto aún no había amanecido, de otro modo, la música ya habría acabado. La Noche Cristalina terminaba con la salida del sol.

Me atreví a abrir los ojos. Descubrí con estupefacción que no me mareaba al mirar al suelo que parecía en continuo movimiento. Estaba amaneciendo ya, la música comenzaba a pararse y las risas disminuían. Ya sólo se escuchaban voces hablando y charlando. Me giré un poco hacia mi derecha para ver dónde estábamos ya, y cual fue mi sorpresa al ver que estábamos justo en el centro de Daxópolis.

—¡Por favor, ayuda! ¡La han atacado las hienas! —rogó una voz, la voz del chico que me llevaba. No llegué a acertar cuál era…

Enseguida todo el mundo se calló, pero vinieron a mi encuentro varias dríades, un hydro, dos centauros y un pyro. Uno de los centauros comenzó a indicar lo que tenían que hacer.

—Bañadle las heridas para que no se infecten.

Uno de los hydros se arrodilló junto a mí, y con un movimiento de su mano derecha, burbujas de agua comenzaron a salir del lago y se acercaron volando hacia mí. El hydro hizo que se me posaran en la espalda, mientras su compañero me bañaba la herida de la pierna. Cuando acabaron, el centauro volvió a dar órdenes.

—Venza —le indicó a una de las dríades. Ésta se adelantó—. Pídele permiso a tu Saúco para coger unas cuantas hojas. Después, pónselas en la espalda y en la pierna.

Y la dríade llamada Venza así lo hizo. Tardó un poco en volver con las hojas, pero me las puso en la espalda y en la pierna inmediatamente. Al instante sentí un alivio tremendo, aunque seguía doliendo bastante.

—Deba —le indicó el centauro a la otra dríade—, pídele a tu haya cortarle algunas raíces y tráelas cuanto antes.

Deba así lo hizo, y tardó en volver menos que Venza. Cuando estuvo junto a mí, se las tendió a los centauros. Uno de ellos (el que no había hablado) las cogió y se acercó a mí.

—Espere —intervino la voz de Lara—. Deje que lo haga yo.

No oí ninguna contestación, pero supuse que le habrían dejado, de lo contrario, mi amiga habría protestado. Cerré los ojos cuando sus manos cálidas me tocaron la espalda y me retiraron un poco la tela del vestido. Me rodeó el torso con las largas raíces, atando las hojas, que se habían convertido en mi venda. Volvió a taparme la espalda con el vestido, y ató entonces las hojas que estaban sobre la herida de mi pierna. Cuando quedaron bien sujetas, abrí los ojos de nuevo, y aunque no contemplaba más que la hierba que había delante de mí y un par de pies a unos metros que no supe identificar, no los cerré de nuevo.

—Venga, dispersaos —intervino Damoc. Por lo visto había mucha gente allí—. No hay nada que ver, fuera, fuera.

Creo que la multitud le hizo caso, porque oí susurros que se alejaban y pasos a distancia.

—Llevadla a su árbol —indicó finalmente el centauro—. Allí descansará.

Los brazos cálidos y fuertes de antes me cogieron de nuevo, y esa vez tampoco vi quién me transportaba. Sólo vi a mis amigas, que me acompañaban también. Ellas le indicaron a mi salvador la situación exacta de mi sauce. Cerré los ojos.

—Podríamos hacer que viajara a su sauce desde uno de estos árboles —indicó Friné—. El problema es que no sé si llegaría. Tal vez esté demasiado débil.

Yo quería replicar, pero tenía tan pocas fuerzas que no llegué ni a soltar una sola palabra. Así que me callé y me dispuse a dormirme en aquellos brazos tan confortables, cuando sentí que me ponían de pie, aunque me seguían sujetando la cintura.

—Cand, ¿me oyes? —preguntó Cira—. Si es así, entra en tu sauce, por favor. Estarás más cómoda. Nosotras no podemos ayudarte en esto.

Lo intenté. Me mantuve en pie gracias a las cálidas manos que me sujetaban, pero traté de alzar los brazos para hacer más fácil la entrada a mi hogar. Conseguí levantar tan sólo uno, pero en fin, ya era algo. Rocé el rugoso tronco con las yemas de los dedos, y comencé a unir mi cuerpo con el de mi sauce llorón. Ya estaba la mitad de mi cuerpo dentro, seguía fuera mi torso y mi cabeza.

—¿Quién eres? —conseguí musitar con voz suave, preguntándole a mi salvador. Pero el árbol tiraba de mí, y antes de obtener una respuesta, me hundí en el sauce, descansando por fin.