Nevolly se me quedó mirando. Realmente, al lado de su novio era más atenta de lo que pensaba. Porque seguía abrazada a él.
A medianoche, salimos del castillo alumbrando el camino con llamas que los pyros portaban en sus manos. Tuvimos mucho cuidado en no acercarnos demasiado, aunque sabíamos que ellos nunca nos harían daño a posta. Les brotaba una llama de la punta de cada dedo, y Cupo jugueteaba con ellas, haciendo malabarismos y tragándose el fuego, que lamía su garganta y su lengua pero no le quemaba. Cruzamos el puente encima del río de lava, algunos pyros hicieron brotar burbujas de su interior hasta que salieron a la superficie. Nos quedamos en ese lado de la montaña, sentados cerca del precipicio, observando las tres lunas y calentándonos con el fulgor de la lava y las pequeñas llamas de los pyros. Nos hicieron varios espectáculos pirotécnicos y al final de la noche acabamos tumbados, amontonados los unos con los otros. Me tocó, por azar (juro que fue por azar… bueno, tal vez Vale tuvo algo que ver) al lado de Enthoven y de Friné. Aún así, tenía cerca a Cupo y a Dravis, un gran acierto.
—¿Por qué —preguntó Cira— hay tres lunas y sólo un sol?
—Se dice —comenzó a contar Río— que, hace mucho tiempo, la luna era una…
—¿”La” luna? —interrumpió Lara—. ¿No sería “las lunas”?
—Ahora lo explico —siguió Río—. Antes sólo había una luna. Bien, hace muchísimos años, la luna era una bella ninfa de la noche. Destacaba entre todas las ninfas de su especie, y todos los chicos de su alrededor caían prendidos de ella. El sol era, por entonces, un Estrella Luminosa, es decir, como una ninfa de la luz, pero en masculino. El sol también se enamoró de la luna, así que la persiguió, pero ella no le amaba a él, así que corrió para que el sol no le alcanzara. Pero el sol era invencible, así que, la luna, cansada, se detuvo, y musitando ayuda al cielo en una noche estrellada, las estrellas la dividieron en tres bellas muchachas idénticas a como era ella antes. El sol, al llegar hasta ella, se detuvo también, y no supo qué ocurría. Las ninfas dijeron que, si elegía a la ninfa correcta, se quedaría con él para siempre. De otra forma, las tres morirían. El sol, apurado, eligió a una de ellas, pero no era la correcta. De forma que, las tres lunas subieron al firmamento oscuro por un sendero que las estrellas habían creado para ellas, y las tres lunas, desde entonces, presiden el cielo de noche.
—¿Y qué pasó con el sol? —pregunté yo, embelesada por tan bella historia.
—El sol, al darse cuenta de que su ninfa había muerto, se quitó la vida —contestó Enthoven—. Así que, como el sendero de las estrellas todavía no se había cerrado, esperó hasta que el espíritu del cielo subió al cielo también. Por eso —finalizó Enthoven— sólo hay un sol y tres lunas.
—Qué historia más bonita —comenté.
—Sí, mola —me respaldó Friné.
—Pero mola más la que narra cómo aparecieron las estrellas en el cielo —intervino Cupo.
—Venga pues, cuéntanosla —dijo Nevolly, acurrucándose contra Verline, que le acariciaba el cabello.
—Cuenta la historia —comenzó Cupo, cerrando los ojos— que, un día, un pyro fue condenado a muerte por un delito que no cometió. Pero era el único sospechoso, de forma que lo apresaron y se dispusieron a ahogarlo en un lago cercano. Cuando estuvo delante del lago, el que mandaba allí, le preguntó si quería decir unas últimas palabras. Y el pyro, murmuró…
—¡Chisst! —le interrumpí a Cupo, sobresaltando a todos.
Me incorporé, y miré a mi alrededor, Había oído un sonido… Busqué con la mirada una fuente de luz, y lo primero que noté fue el río de lava. Después, las ventanas iluminadas del castillo. Y luego… dos ojos que me observaban fijamente.
—Hay una hiena ahí —dije, levantándome, y señalando con un dedo tembloroso a los ojos de la bestia.
Para entonces todos estábamos levantados ya.
—¡Al castillo! —exclamó Enthoven.
Todos corrimos hacia el puente y comenzamos a cruzarlo. Volví a quedarme la última, supongo que era la más lenta. Sentía que la hiena nos seguía, oía sus pasos y olía su aliento fétido a carroña. Y, de súbito, no sé por qué, el puente comenzó a romperse. Tal vez era por el exceso de peso. Las cuerdas de los laterales se soltaron, las tablas comenzaron a caer. Aún así, seguimos avanzando. Verline, que había cogido en brazos a Nevolly y había corrido como el viento, ya estaba en la puerta del castillo con ella. Vale también estaba allí junto a Abby y a Friné, y algunos hydros les alcanzaban ya. Estaban fuera de peligro. Sin embargo, los demás continuábamos corriendo, porque la bestia no se detenía. Cuando noté que la tenía prácticamente pegada a los talones, me invadió el pánico y corrí más aprisa, con tan mala suerte que tropecé con una tabla y me precipité hacia la derecha. En un segundo asumí que mi próximo destino era el río de lava, que iba a morir, que no volvería a ver a mis amigos ni a mi familia, que no volvería a estar con Damoc ni Enthoven, ni siquiera escucharía la agradable risa de Cupo… Pero éste último, que estaba muy atento, consiguió cogerme antes de que mis pies abandonaran el puente, y cuando sintió que no me iba a caer de sus brazos, comenzó a correr, alcanzando a los demás. Los pyros que ya habían llegado alzaban las manos, todos a una, coordinados impresionantemente, haciendo que lava se alzara desde el río, ascendiera para llegar arriba en forma de flechas y se lanzaban contra la hiena, que pronto se convirtió en hienas. Al menos veinte bestias, sorteaban las flechas de fuego y nos perseguían. Las que morían, caían al río de lava, quemándose por completo. Pero aún así, era un número bastante alto el que nos perseguía. Cupo y yo ya estábamos casi en el castillo, sólo quedábamos nosotros dos en lo que parecía medio puente. Bueno, nosotros, y las hienas. El puente comenzó a caer aún más, y cuando definitivamente iba a ir a parar al río de lava, Cupo saltó por fin a suelo firme, llevándome con él. Cerré los ojos y le pasé los brazos por el cuello mientras saltaba, pero cuando estuvimos ya en la otra orilla del río, miré hacia el puente… aunque ya no había. Caía a la lava, arrastrando a todas las hienas con él. Éstas gemían, enfurecidas, pero nadie impidió que murieran abrasadas.
Suavemente, le indiqué a Cupo que podía dejarme en el suelo. Él me hizo caso, y en un segundo me encontré de pie. Tras quedarme un momento observando embobada el río de lava donde se sumergían para siempre los cuerpos inertes de las bestias moteadas, me giré hacia mis amigos y los observé detenidamente uno a uno, para asegurarme que estaban bien. Pronto me percaté de que a Nevolly le pasaba algo, estaba sentada en el suelo, acurrucada junto a Verline, que le examinaba la mano derecha. Una lágrima silenciosa se deslizaba por la mejilla de Nevolly. Me abrí paso entre mis amigos, que se me quedaron mirando hasta que llegué con mi amiga.
—¿Qué le pasa? —le pregunté a Verline.
—Se ha clavado un trozo de las tablas de madera en la palma de la mano —dijo, enseñándome la herida. En el centro de la palma tenía un trozo de unos diez centímetros que sobresalía de su mano, y no quería ni imaginar cuánto trozo tendría dentro.
—¿Pruebo a quitárselo? —pregunté, intentando ayudar.
—Sí, por favor. Lo máximo que puedo hacer yo es quemar la madera, y eso la quemaría a ella también. Además, se quedarían restos dentro…
Me arrodillé junto a mi amiga y tomé su mano.
—Nevolly, ¿te duele mucho? —le pregunté. Ella asintió con la cabeza cerrando los ojos, sin emitir palabra alguna—. Escucha, te voy a quitar eso, no te va a doler más, ¿de acuerdo? Pero intenta no moverte, por favor, para sacarlo bien.
—Vale —musitó ella con voz débil.
Verline se puso detrás de ella y la abrazó por la cintura, apoyando su cabeza en la coronilla de ella. Yo me senté para estar más cómoda, y con suavidad intenté sacarle la pequeña estaca de la mano. Para entonces todos los demás ya habían formado un corrillo y tranquilizaban a Nevolly, que no quería mirar su herida, mientras le quitaba la pieza de madera.
La estaca no salió. Tiré un poco más, y Nevolly emitió un pequeño gemido. Verline la agarró más fuerte.
—Escucha, voy a tirar de golpe, ¿vale? —le pregunté a Nevolly. Ésta asintió, comenzando a sollozar—. Tranquila. Ya no te dolerá más. Uno… —agarré el trozo de madera con fuerza—. Dos… —me preparé para tirar—. Tres.
Tiré una única vez, con fuerza y determinación, sin vacilar un momento. Mi amiga no soportaría más intentos fallidos, tenía que arrancarle la estaca ya. Cuando la madera se separó de su mano, comenzó a brotar sangre a borbotones.
—Ya está, ya está —le susurró Verline a Nevolly mientras la acunaba en sus brazos.
Arrojé la estaca manchada de sangre con todas mis fuerzas. Fue a parar al río de lava.
—Vamos dentro, la fiesta ha terminado —dijo Cupo.
Verline cogió en brazos a Nevolly, y todos juntos comenzamos a avanzar hacia el castillo. Sí, las hienas nos habían arruinado la noche. La fiesta en