—No —contesté tras pensarlo unos segundos—. Es más humillante que la derrota.
—Cand, alguien ha venido a verte —me dijo Dravis, mientras se levantaba y cogía un fruto azul de los árboles.
Salí del agua, y mientras me escurría el pelo seguí la dirección de la mirada de Dravis, que observaba el sendero por donde Damoc y yo habíamos llegado. Mi “visita” era una dríade tan alta como yo, de cabello verde oscuro, casi negro, ojos de color ámbar y facciones redondeadas. Era menos delgada que yo o mis amigas, pero mantenía la figura. Una tela verde llena de hojas le cubría la mayor parte del cuerpo, pero dejaba visible sus brazos, que en ese momento formaban ángulos de cuarenta y cinco grados (vamos, que la dríade ponía los brazos en jarras). En resumen, aquella dríade era…
—¿Mamá? —pregunté, sin moverme de mi sitio.
—No, hija, ahora soy una ardilla —ironizó aquella mujer, en ese momento de expresión dura.
—¿Qué pasa?
—Pensaba que estabas con tus amigas, y no ligando con los hydros —dijo, bajando los brazos. Damoc, Dravis, y la mayoría de los hydros, rieron—. Venga, nos vamos.
—¿Ya? —pregunté, desconcertada.
—Hazme caso, jovencita, a ver si te vas a quedar sin Noche Cristalina —me previno mi madre. Yo suspiré.
—Vete ya, jovencita —dijo Dravis en tono burlón, imitando a mi madre —o te quedarás sin Noche Cristalina.
—Tú, cállate. Conozco a tu madre y puedo contarle que has dejado a tu hermano pequeño a cargo de su tía, en vez de cuidarlo tú, como te han encomendado tus progenitores —le contestó mi madre, haciendo callar a todos los hydros que se habían reído.
—Sí, señora —contestó Dravis con docilidad, agachando la cabeza.
—Adiós, chicos —me despedí.
—Adiós, Cand —respondieron ellos.
Avancé hasta mi madre. Las dos juntas anduvimos por el sendero y nos adentramos en el bosque. Por lo general, los árboles de una familia de dríades estaban cercanos unos de otros, pero en algunos casos no era así. Nuestra familia tenía la suerte de encontrarse más o menos cerca, aunque a veces eso no era una ventaja. Yo quería a mis padres, pero no era divertido estar siempre vigilada por ellos…
Mi padre y mi hermana pequeña estaban sentados en un claro. Habían recogido bastantes frutos, los cuales se hallaban apilados en una pequeña montaña que descansaba sobre el suelo. Me senté junto a ellos con mi madre, y comenzamos a comer. Tras debatirme unos segundos en una dura lucha interna, decidí probar suerte.
—¿Podré ir a
—¿Que quieres… ir… a la…? —dijo mi padre entrecortadamente.
—A
—Me trae sin cuidado lo que hagan las demás, la que me importa eres tú —sentenció mi madre.
—¿Ah, sí? —preguntó mi hermana pequeña—. Pues a mí siempre me dices que seguro que mis amigas se comen los frutos verdes sin protestar. ¿No somos nosotras las que te importamos? —preguntó con sabiduría. Mi madre puso los ojos como platos, pero después se recobró.
—Tú, a comer —le ordenó a mi hermana, y después se dirigió a mí—. Y tú, no vas a ir a
—Sí, para aburrirme —murmuré.
—¿Qué hienas? —se alarmó mi hermana.
—Amina, es hora de que vayas a darte un baño —dijo mi padre—. Ven, te acompaño hasta el Lago.
—¡Pero todavía no he hecho ni la digestión! —protestó ella.
Mi padre la puso en pie sin hacerle ningún caso, y después de cogerla de la mano, los dos se fueron hacia el Lago.
—Candy, no puedes ir a
—En
—No me importa. Si con quince años vais a
—Ni se te ocurra, Candy —me dijo—. Los eolos son peligrosos, no te vas a acercar a ellos.
—Mamá, si se lo propusieran, los pyros también serían peligrosos, ¡y los hydros también! Y las nereidas, y las náyades… todos podemos ser peligrosos si empleamos nuestros poderes.
—Pero los eolos hacen más uso de sus poderes para el mal que para el bien. Y los geos, también.
—¿Papá es peligroso?
—Tu padre es una excepción.
—Todos son iguales.
Mi madre suspiró.
—Ya está, hemos acabado esta conversación.
—Pues vale —contesté, cabreada.
Cogí un último fruto rojo, y después me levanté.
—Me voy con Friné.
—¿Ya?
—No me repliques, jovencita —imité su tono de voz—. A ver si te vas a quedar sin Noche Cristalina.
Mi madre no dijo nada, y yo me alejé del claro y fui de nuevo hacia el Lago Profundo. Sabía que Vale había quedado con Nicanor para presentárselo a Friné, y todas iban a asistir, ninguna se perdería el posible ligue. De forma que anduve por el sendero por el que anteriormente había caminado junto a Damoc. Llegué al lago poco después, y allí estaban las demás. Las chicas formaban un corro, y Nicanor estaba en el centro, con cara de confusión. Creo que no sabía cómo había ido a parar allí. Mis amigas reían tontamente, y Vale empujaba a Friné en la dirección del muchacho. Me dirigí a ellas con los ojos en blanco, cuando alguien me agarró del brazo. Me detuve, miré a mi derecha, y sentí un cosquilleo por todo el cuerpo cuando me di cuenta de que el que me cogía era Damoc.
—¿Qué pasa? —pregunté, sin retirarme.
—¿Puedes decirles a tus amigas que se contengan un poco? —preguntó con el ceño fruncido—. Sé que no todos somos tan apuestos como Nicanor, pero… —me entraron ganas de contradecirle, pero no era ése el momento de una declaración amorosa.
—Tranquilo, ahora voy.
Me solté suavemente de su mano, y seguí mi camino, no sin dejar de sentir aquel cosquilleo por todo el cuerpo. Llegué hasta el corrillo de chicas, e inmediatamente comencé a mandar.
—Venga, dispersaos, vamos, no hay nada que ver.
—Hala, Cand, no nos hagas esto —protestó Vale.
—Sí, que lo estamos pasando muy bien —corroboró Nevolly.
—Venga, fuera —pero ninguna se movió. De forma que me agaché un poco, le tomé de la mano a Nicanor, y haciendo que se levantara, no le di tiempo a nadie a replicar. Me llevé al amigo de Damoc de allí.
—Gracias —me agradeció Nicanor, soltándose de mi mano—. Creí que me iba a morir allí. ¿Tus amigas están chaladas o qué?
—No, simplemente les gustas —me encogí de hombros—. Aquí te traigo a vuestro amigo —le anuncié a Damoc, que estaba sentado junto a algunos hydros—. Me debéis una bien grande, ahora se van a enfadar conmigo.
—Lo siento, lo siento —dijo Damoc, alzando las manos—. Ya te la pagaré de alguna manera.
—No me voy a olvidar —le previne, y después me marché de allí para reunirme con mis amigas… que seguro estaban enfurecidas.
—¿A qué ha venido eso? —preguntó Friné, cuando llegué hasta el grupo y me senté en el centro, donde antes había estado Nicanor.
—No os paséis, lo estabais matando —protesté.
—Qué va —dijo Vale.
—Oh, venga, no podéis ir por el mundo encarcelando al primer chico que os guste —declaré—. Además, si él quiere estar con una, no podéis ir todas en el lote. Decidíos.
—Era Friné la que quería estar con él —dijo Nevolly.
—Pues entonces, dejad que Friné se acerque a él —repuse—. Pero no matéis a Nicanor, anda. Ya nos basta con las hienas, ¿no creéis?
—Sí —murmuraron mis amigas.
—Bien, ahora —me senté más cómodamente—. Le he pedido permiso a mi madre para ir a
—¿Y qué te ha dicho? —preguntaron Vale y Nevolly, atentas.
—No me lo ha dejado muy claro —mentí—. Así que yo voy.
—Como ya dije antes, yo también —declaró Friné.
—A mí me dejan, he preguntado y me han dicho que sí —dijo Abby.
—A mí seguramente me dejarán —dijo Nevolly.
—¿Y a ti, Vale?
—Sí, yo también voy.
—A ver —dije yo, intentando organizar algo—. ¿Vamos juntas o nos encontramos allí?
—Nevolly, Abby y yo vamos a ir juntas —dijo Vale—. Friné y tú podéis ir por vuestro lado y luego nos encontramos allí.
—Me parece bien.
—Por cierto —dijo Nevolly—. ¿Vais a llevar…?
—¿Qué?
—¿…pareja?
Su pregunta me desconcertó durante unos segundos.
—Yo no —contesté al fin—. ¿Con quién iba a ir?
—Con Damoc, eso seguro —contestó Vale—. He visto cómo le miras. Te gusta ese chico, no me digas que no.
—Vale, no te digo que no —me sonrojé—. Pero no voy a ir a
—¿Maravilloso? —me interrumpió Abby—. ¿Fascinante, impresionante? ¿Un sueño hecho realidad?
—Para ya, Abby. Por supuesto que me gustaría ir con él, pero… él no va a querer ir conmigo. Lo sé. Lo presiento...
—… llámalo “x” —terminó Vale la frase, riendo.
—Nunca lo sabrás si no lo intentas —dijo Friné.
—No. Voy. A. Pedírselo —sentencié, pronunciando con claridad cada una de las palabras.
—Claro que sí —dijo Vale con una sonrisa pícara.