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lunes, 28 de mayo de 2012
Concurso "Semana Dimathiana"
domingo, 4 de diciembre de 2011
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viernes, 1 de julio de 2011
Cap - La fiesta de las flores
Avanzábamos implacablemente por el valle entre las montañas Sisha y Misha. Del brazo, Lara, Friné, Nevolly, Vale, Abby, Cira, Krallie, Silza y Afra habíamos hecho ya la mitad del recorrido. Con Krallie a mi derecha y Cira a mi izquierda mantenía una conversación sin importancia que probablemente olvidaríamos en menos de unas horas. Estábamos cargadas de flores, y a pesar de ello el valle seguía tan colorido como antes de la recogida. Muchos grupos más nos acompañaban, todos alegres, también cargados de flores. Nos dirigíamos al centro de Blodyn, ya que en ese momento nos encontrábamos en los alrededores pero avanzando rápidamente hacia nuestro destino.
Teníamos flores de todas las clases, tamaños, formas, olores y colores imaginables. Ya habíamos celebrado la comilona del mediodía, y en ese momento, la gente que no había querido acompañarnos para le recogida (en general; los pyros, los hydros, algunos centauros, unos pocos elfos, ya que eran los mejores recolectando frutos, y varios enanos) debía encontrarse recolectando frutos para la cena, cuando se empezaría realmente la fiesta.
Íbamos dejando un rastro de flores y olor perfumado bastante fuerte, aunque a nadie le importaba. Al cabo de un rato llegamos al centro de Blodyn. Se trataba, en realidad, de un tramo del valle entre Sisha y Misha. Justo por allí pasaba un río bastante ancho en el que todos los pequeños hydros (y algunos no tan pequeños) y algunas alseides, potámides, etc. bebían y se bañaban. El tramo que se consideraba el centro de Blodyn tenía un perímetro, compuesto por árboles medianamente gordos, que parecían formar como un claro. La mayoría de la gente se encontraba en grupos, y cada uno de ellos tenía un montón de frutos que pensaban compartir y cambiar con los demás.
Cerca de un gran árbol (parecía un baobab) estaban sentados Damoc, Dravis, dos hydros mas cuyos nombres eran Lauseom, Harlin y Olaf, y los pyros; Cupo, Verline, Enthoven, Tesio y Río. Los diez se encontraban charlando despreocupadamente a la sombra del gran baobab sin prestar atención a lo que les rodeaba.
Las nueve chicas y yo avanzamos hasta los chicos y nos quedamos de pie a su lado.
—¿Vamos ya a decorar todo con las flores? —preguntó Lara a los pyros y los hydros.
—Bien —respondió Damoc.
—Hala pues —replicó Cupo, y todos se levantaron.
Caminamos con algunos otros grupos mientras íbamos tirando algunas flores al suelo y colocábamos otras en los árboles. Por supuesto, algunas alseides, potámides, híades, oréades, antríades y demás ya habían esparcido flores por doquier, pero en Blodyn se aceptaba la colaboración de todos para decorar el valle. Cerca de nosotros sonaba música; comprobé que uno de los grupos estaba tocando un extraño instrumento de música parecido a un tambor, y otro grupo cantaba.
jueves, 23 de junio de 2011
Cap 4 - Reflexiones (2/2)
—¿Has vuelto a hablar con Damoc? —me preguntó Lara.
—No, no he hablado con él desde… lo de
—Tampoco. No tengo ganas de hablar con él. Lo que pasó…
—Mira, Lara, no tienes por qué sentirte culpable —susurré, para que no nos oyeran—. La culpa de eso no fue más que mía, y si no hubiera sido lo suficientemente estúpida como para pedirle… —me interrumpí al ver su expresión de burla. Suspiré—. Quiero decir que ya me he dado cuenta de que no me quiere a mí. Pero esa no es razón para…
—Candy, cómete los frutos verdes…
—… no es razón para que tú no estés con él —terminé, haciendo caso omiso de mi madre.
De pronto me acordé de lo que me había dicho Damoc. ¿Era verdad? ¿Estaba enamorado de Lara, o no? Según Friné, sí, si no, no le habría pedido ir a la fiesta. Aunque Damoc decía que, de no haberse comprometido con ella… pero, ¿qué sentido tenía aquello? Eso tendría que ser mentira, dado que normalmente, cuando le preguntas a una persona si quiere ir a una fiesta contigo, esperas que diga que sí, así que era imposible que luego esperara a tener pareja para decirle a otra persona que habría ido con ella si… Buf, me estaba doliendo la cabeza de pensar tanto. Damoc no había querido ir a
—Yo tampoco quiero estar con él. Es demasiado… —no supo encontrar la palabra. En lugar de eso tomó del montón un fruto rojo.
—Antes del postre cómete los frutos verdes —le dijo su madre, Brunella.
Lara ignoró a su madre y siguió conversando conmigo.
—¿Qué piensas hacer? —me preguntó.
—Pasar del tema. ¿Y tú?
—Lo mismo. De todas formas, parece que yo no le he convencido demasiado. No me ha dicho nada ni me ha pedido que vuelva a salir con él. Así que lo asumo.
—Bien. No sé realmente lo que quiere Damoc. Parecía que quería ir contigo, pero luego resulta que no, y tampoco me hace caso a mí…
—Los tíos son raros —declaró Lara sabiamente, tocando por primera vez uno de los frutos verdes.
—Ahí te doy la razón —corroboré—. Bueno, ¿y qué tal están tus amigas las alseides? Hace mucho que no las veo.
—Ah, pues tan locas como siempre. Silza está saliendo con… un elfo, creo. Bueno, por lo menos salía con él cuando me fui.
—Vaya, los elfos no son precisamente muy…
—Sociables, lo sé. Pero Silza vale para eso de relaciones sociales.
Me reí.
—¿Y Krallie y Afra?
—Pues Krallie se ha ganado fama como Cuentacuentos entre las pequeñas alseides del valle. Y Afra intenta que uno de los hydros se fije en ella. De momento, sin éxito.
—Pobre. Todas hemos pasado por eso.
—Sí, es verdad.
Terminamos de comer. Sin avisar, Lara y yo nos levantamos y nos dirigimos fuera del bosque para hablar tranquilas. Nuestros padres estaban acostumbrados de que fuéramos a nuestra bola. Cruzamos el perímetro del Bosque Oscuro y anduvimos paralelamente a la orilla del mar, a unos cincuenta metros. Allí no llegaba la arena.
—Tengo miedo —solté sin previo aviso.
—Y el mundo tiene miedo de ti —respondió mi prima con voz firme.
—Lo digo en serio. Lo que le ocurrió a Nevolly le podría haber ocurrido a cualquiera de vosotras.
—Toma, y a ti también.
—A mí ya me pasó una vez, ¿recuerdas? Aún así, podría volver a pasar.
—Sí. De momento no veo vínculo entre todos los ataques de las hienas.
—¿Te parece suficiente vínculo que la novia del amigo del hijo del pyro que desterró a las hienas a la isla Flama haya sido atacada, que también haya sido atacada yo, su amiga, y por descontado, el hijo del pyro que las desterró?
—No he entendido nada de lo que has dicho —admitió Lara.
—Perold fue atacado. Su padre fue el que desterró a las hienas a la isla Flama.
—¿No irás en serio? —preguntó Lara, asombrada.
—¿Tengo cara de bromear en este momento?
—No.
—A ver, Verline es el amigo de Perold. Y Nevolly es su novia. La atacó a ella.
—Bien, todo encaja.
—Y luego estoy yo. Soy amiga de Verline y de Nevolly. Dos vínculos en vez de uno.
—¿Y cómo saben las hienas que sois todos amigos? —preguntó Lara, inteligentemente.
Me detuve.
—Ahí me has pillado —reconocí.
—Pues no lo sé —continuó Lara. Seguimos caminando—. De todas formas, ¿por qué las hienas nos atacan? ¿Para invadir nuestro territorio? ¿Y eso qué les aporta? Cuando muramos, ya se comerán nuestra carroña. Mientras tanto, que nos dejen en paz.
—Espera un momento —dije, deteniéndome de nuevo—. Has acertado. Las hienas se alimentan de carroña. ¿Por qué nos atacan? No está en su naturaleza. Además, en teoría deberían huir si somos un gran grupo. Y en
—Deberían. Estas hienas no son como las que creemos —declaró Lara con inseguridad—. Estas hienas son peligrosas.
domingo, 8 de mayo de 2011
Cap 4 - Reflexiones (1/2)
—¿Seguro que estás mejor? —le preguntó Friné a Nevolly de nuevo.
—Que sí —dijo ella cansinamente, alargando el “i”—. Es la trigésima vez que me lo preguntas.
—Sólo es por si acaso —murmuró Friné.
—Sí, estoy bien. ¿Y tú? —me preguntó Nevolly repentinamente—. Tú estabas la última…
—Cupo me ayudó —contesté.
—Ah, menos mal. Si no, ya estarías en el otro barrio.
—Pues seguramente —comenté con despreocupación, mordiendo un fruto verde.
—¿Te duele la mano? —preguntó Friné de pronto.
—Por última vez, Friné, estoy bien —contestó Nevolly.
—Es que te comienza a salir sangre otra vez.
Habían pasado unos días desde la fiesta en
—Agh, tendré que cambiármelo de nuevo —gruñó.
—Luego te acompaño a mi árbol —ofrecí.
—Vale —aceptó.
—La semana que viene vamos a Blodyn —comentó Lara, contenta. Los acontecimientos de los días anteriores habían sido suficientes como para convencer a la madre de Lara de que era mejor que se marcharan de Terramarina el día que nosotras fuéramos hacia allí, para la fiesta de las flores.
—Sí, por fin —corroboró Cira.
—Tendremos que levantarnos temprano —anuncié.
—Buff —gimió Friné.
—Ah, merece la pena —intervino Abby.
—Pues claro —apostilló Vale—. La fiesta de las flores no nos la podemos perder. Además —añadió con una sonrisa, pegándole codazos a Friné—, va a ir Nicanor.
—Vale, vale —dijo ésta, frotándose con la mano el sitio en el que Vale le había golpeado.
—Entonces vamos todas, ¿no? —comenzó Nevolly a hacer planes.
—Sí, y Dravis y Nicanor también van —comenzó a enumerar Vale—. Supongo que los pyros también…
—Verline sí, supongo que no irá solo —contestó Nevolly.
—Claro, irá contigo —bromeé yo.
—Tonta, digo que los demás pyros también irán.
—Ah, bueno. Así nos reiremos un rato con Cupo y con Dravis —dijo Friné.
—Jo, y tanto —corroboró Lara.
—¿Crees que te habrás mejorado para la fiesta de las flores, Nevolly?
—Supongo que sí. Tampoco me ha pasado nada grave.
—No, qué va —ironicé—. Sólo que un trozo de madera de más de veinte centímetros te ha atravesado la mano hasta casi sobresalir por el otro lado. Pero nada grave, claro.
—Pienso ir de todas formas, no voy a ser la única que se queda aquí el Día de las Flores —aclaró Nevolly.
—Claro que no te vas a quedar aquí —aseguré yo—. Vamos a ir todas de fiesta.
—¿No os dais cuenta de que un día u otro celebramos algo? —preguntó Abby.
—Ah, por eso amo mi vida —sonrió Cira.
—Como todas
—dijo Vale.
—Bueno, creo que voy a cambiarme el vendaje —dijo Nevolly, levantándose.
—Bien, te acompaño —ofrecí—. Te daré unas hojas y unas cuantas raíces para vendarte de nuevo.
—Vale, gracias.
—Vamos con vosotras —dijeron Lara y Friné, levantándose también.
—¿Y eso? —pregunté, desconcertada.
—Hoy comemos en familia, ¿recuerdas? —inquirió Lara con una sonrisa.
—Ah, es verdad.
—Y yo tengo que irme con mis padres —intervino Friné—. Comeremos pronto, supongo. Y mi madre se cabreará si llego tarde.
—Pues como la mía —dije yo—. Después de darte el vendaje, me iré a comer.
—Sí, yo también —dijo Nevolly—. ¿Vamos?
—Sí. Adiós, chicas —me despedí.
—Hasta luego —respondió Cira.
—Adiós —contestó Vale.
—¿Vendréis por la tarde, no? —preguntó Abby.
—Sí. Hasta luego.
Lara, Friné, Nevolly y yo nos alejamos de las demás, que estaban sentadas a la sombra de unos grandes árboles frutales. Nos adentramos en el bosque, allí donde Friné y yo nos movíamos con facilidad. Sorteábamos los árboles sin dificultades, y aunque avanzábamos por el bosque como fantasmas y no hacíamos ningún ruido, Lara casi estaba a nuestro nivel. Nevolly era capaz de hacer lo mismo, pero debajo del agua, no en medio del bosque, entre los árboles. En un momento dado, mi amiga náyade tropezó y se apoyó con la mano derecha (la mala) en una rama de árbol. Intenté sujetarla antes de que cayera, pero fue en vano. Nevolly soltó un grito de dolor al sentir la rama en su herida todavía sin curar. La rama, tan fina que era, se quebró bajo su peso, y mi amiga cayó al suelo. Rápidamente, Friné y yo la ayudamos a levantarse.
—¿Estás bien? —pregunté (inútilmente, en mi opinión).
—Podría estar mejor. Vamos, tengo que cambiarme la venda.
Llegamos a mi árbol en unos segundos. Le pedí permiso a mi árbol para cogerle algunas hojas, y tras cortarlas y tendérselas a Nevolly, le pedí unas cuantas raíces. El árbol hizo ascender las raíces desde el subsuelo hasta la superficie, y tras cortar unos trozos, le ayudé a Nevolly a vendarse. Después, ella se despidió de nosotras, y Friné también se fue con su familia. Lara y yo avanzamos hacia mi claro, donde se encontraba reunida mi familia, y la suya. Habían reunido ya un montón de frutos de colores, que fuimos comiendo poco a poco entre todos. Los padres de Lara comenzaron a hablar con los míos, y su hermana Bera entabló conversación con Amina. Lara y yo nos acercamos un poco la una a la otra para contarnos cosas sin que se oyeran, y empezamos a cotillear.
miércoles, 27 de abril de 2011
Cap 3 - La Montaña de Lava (4/4)
Nevolly se me quedó mirando. Realmente, al lado de su novio era más atenta de lo que pensaba. Porque seguía abrazada a él.
A medianoche, salimos del castillo alumbrando el camino con llamas que los pyros portaban en sus manos. Tuvimos mucho cuidado en no acercarnos demasiado, aunque sabíamos que ellos nunca nos harían daño a posta. Les brotaba una llama de la punta de cada dedo, y Cupo jugueteaba con ellas, haciendo malabarismos y tragándose el fuego, que lamía su garganta y su lengua pero no le quemaba. Cruzamos el puente encima del río de lava, algunos pyros hicieron brotar burbujas de su interior hasta que salieron a la superficie. Nos quedamos en ese lado de la montaña, sentados cerca del precipicio, observando las tres lunas y calentándonos con el fulgor de la lava y las pequeñas llamas de los pyros. Nos hicieron varios espectáculos pirotécnicos y al final de la noche acabamos tumbados, amontonados los unos con los otros. Me tocó, por azar (juro que fue por azar… bueno, tal vez Vale tuvo algo que ver) al lado de Enthoven y de Friné. Aún así, tenía cerca a Cupo y a Dravis, un gran acierto.
—¿Por qué —preguntó Cira— hay tres lunas y sólo un sol?
—Se dice —comenzó a contar Río— que, hace mucho tiempo, la luna era una…
—¿”La” luna? —interrumpió Lara—. ¿No sería “las lunas”?
—Ahora lo explico —siguió Río—. Antes sólo había una luna. Bien, hace muchísimos años, la luna era una bella ninfa de la noche. Destacaba entre todas las ninfas de su especie, y todos los chicos de su alrededor caían prendidos de ella. El sol era, por entonces, un Estrella Luminosa, es decir, como una ninfa de la luz, pero en masculino. El sol también se enamoró de la luna, así que la persiguió, pero ella no le amaba a él, así que corrió para que el sol no le alcanzara. Pero el sol era invencible, así que, la luna, cansada, se detuvo, y musitando ayuda al cielo en una noche estrellada, las estrellas la dividieron en tres bellas muchachas idénticas a como era ella antes. El sol, al llegar hasta ella, se detuvo también, y no supo qué ocurría. Las ninfas dijeron que, si elegía a la ninfa correcta, se quedaría con él para siempre. De otra forma, las tres morirían. El sol, apurado, eligió a una de ellas, pero no era la correcta. De forma que, las tres lunas subieron al firmamento oscuro por un sendero que las estrellas habían creado para ellas, y las tres lunas, desde entonces, presiden el cielo de noche.
—¿Y qué pasó con el sol? —pregunté yo, embelesada por tan bella historia.
—El sol, al darse cuenta de que su ninfa había muerto, se quitó la vida —contestó Enthoven—. Así que, como el sendero de las estrellas todavía no se había cerrado, esperó hasta que el espíritu del cielo subió al cielo también. Por eso —finalizó Enthoven— sólo hay un sol y tres lunas.
—Qué historia más bonita —comenté.
—Sí, mola —me respaldó Friné.
—Pero mola más la que narra cómo aparecieron las estrellas en el cielo —intervino Cupo.
—Venga pues, cuéntanosla —dijo Nevolly, acurrucándose contra Verline, que le acariciaba el cabello.
—Cuenta la historia —comenzó Cupo, cerrando los ojos— que, un día, un pyro fue condenado a muerte por un delito que no cometió. Pero era el único sospechoso, de forma que lo apresaron y se dispusieron a ahogarlo en un lago cercano. Cuando estuvo delante del lago, el que mandaba allí, le preguntó si quería decir unas últimas palabras. Y el pyro, murmuró…
—¡Chisst! —le interrumpí a Cupo, sobresaltando a todos.
Me incorporé, y miré a mi alrededor, Había oído un sonido… Busqué con la mirada una fuente de luz, y lo primero que noté fue el río de lava. Después, las ventanas iluminadas del castillo. Y luego… dos ojos que me observaban fijamente.
—Hay una hiena ahí —dije, levantándome, y señalando con un dedo tembloroso a los ojos de la bestia.
Para entonces todos estábamos levantados ya.
—¡Al castillo! —exclamó Enthoven.
Todos corrimos hacia el puente y comenzamos a cruzarlo. Volví a quedarme la última, supongo que era la más lenta. Sentía que la hiena nos seguía, oía sus pasos y olía su aliento fétido a carroña. Y, de súbito, no sé por qué, el puente comenzó a romperse. Tal vez era por el exceso de peso. Las cuerdas de los laterales se soltaron, las tablas comenzaron a caer. Aún así, seguimos avanzando. Verline, que había cogido en brazos a Nevolly y había corrido como el viento, ya estaba en la puerta del castillo con ella. Vale también estaba allí junto a Abby y a Friné, y algunos hydros les alcanzaban ya. Estaban fuera de peligro. Sin embargo, los demás continuábamos corriendo, porque la bestia no se detenía. Cuando noté que la tenía prácticamente pegada a los talones, me invadió el pánico y corrí más aprisa, con tan mala suerte que tropecé con una tabla y me precipité hacia la derecha. En un segundo asumí que mi próximo destino era el río de lava, que iba a morir, que no volvería a ver a mis amigos ni a mi familia, que no volvería a estar con Damoc ni Enthoven, ni siquiera escucharía la agradable risa de Cupo… Pero éste último, que estaba muy atento, consiguió cogerme antes de que mis pies abandonaran el puente, y cuando sintió que no me iba a caer de sus brazos, comenzó a correr, alcanzando a los demás. Los pyros que ya habían llegado alzaban las manos, todos a una, coordinados impresionantemente, haciendo que lava se alzara desde el río, ascendiera para llegar arriba en forma de flechas y se lanzaban contra la hiena, que pronto se convirtió en hienas. Al menos veinte bestias, sorteaban las flechas de fuego y nos perseguían. Las que morían, caían al río de lava, quemándose por completo. Pero aún así, era un número bastante alto el que nos perseguía. Cupo y yo ya estábamos casi en el castillo, sólo quedábamos nosotros dos en lo que parecía medio puente. Bueno, nosotros, y las hienas. El puente comenzó a caer aún más, y cuando definitivamente iba a ir a parar al río de lava, Cupo saltó por fin a suelo firme, llevándome con él. Cerré los ojos y le pasé los brazos por el cuello mientras saltaba, pero cuando estuvimos ya en la otra orilla del río, miré hacia el puente… aunque ya no había. Caía a la lava, arrastrando a todas las hienas con él. Éstas gemían, enfurecidas, pero nadie impidió que murieran abrasadas.
Suavemente, le indiqué a Cupo que podía dejarme en el suelo. Él me hizo caso, y en un segundo me encontré de pie. Tras quedarme un momento observando embobada el río de lava donde se sumergían para siempre los cuerpos inertes de las bestias moteadas, me giré hacia mis amigos y los observé detenidamente uno a uno, para asegurarme que estaban bien. Pronto me percaté de que a Nevolly le pasaba algo, estaba sentada en el suelo, acurrucada junto a Verline, que le examinaba la mano derecha. Una lágrima silenciosa se deslizaba por la mejilla de Nevolly. Me abrí paso entre mis amigos, que se me quedaron mirando hasta que llegué con mi amiga.
—¿Qué le pasa? —le pregunté a Verline.
—Se ha clavado un trozo de las tablas de madera en la palma de la mano —dijo, enseñándome la herida. En el centro de la palma tenía un trozo de unos diez centímetros que sobresalía de su mano, y no quería ni imaginar cuánto trozo tendría dentro.
—¿Pruebo a quitárselo? —pregunté, intentando ayudar.
—Sí, por favor. Lo máximo que puedo hacer yo es quemar la madera, y eso la quemaría a ella también. Además, se quedarían restos dentro…
Me arrodillé junto a mi amiga y tomé su mano.
—Nevolly, ¿te duele mucho? —le pregunté. Ella asintió con la cabeza cerrando los ojos, sin emitir palabra alguna—. Escucha, te voy a quitar eso, no te va a doler más, ¿de acuerdo? Pero intenta no moverte, por favor, para sacarlo bien.
—Vale —musitó ella con voz débil.
Verline se puso detrás de ella y la abrazó por la cintura, apoyando su cabeza en la coronilla de ella. Yo me senté para estar más cómoda, y con suavidad intenté sacarle la pequeña estaca de la mano. Para entonces todos los demás ya habían formado un corrillo y tranquilizaban a Nevolly, que no quería mirar su herida, mientras le quitaba la pieza de madera.
La estaca no salió. Tiré un poco más, y Nevolly emitió un pequeño gemido. Verline la agarró más fuerte.
—Escucha, voy a tirar de golpe, ¿vale? —le pregunté a Nevolly. Ésta asintió, comenzando a sollozar—. Tranquila. Ya no te dolerá más. Uno… —agarré el trozo de madera con fuerza—. Dos… —me preparé para tirar—. Tres.
Tiré una única vez, con fuerza y determinación, sin vacilar un momento. Mi amiga no soportaría más intentos fallidos, tenía que arrancarle la estaca ya. Cuando la madera se separó de su mano, comenzó a brotar sangre a borbotones.
—Ya está, ya está —le susurró Verline a Nevolly mientras la acunaba en sus brazos.
Arrojé la estaca manchada de sangre con todas mis fuerzas. Fue a parar al río de lava.
—Vamos dentro, la fiesta ha terminado —dijo Cupo.
Verline cogió en brazos a Nevolly, y todos juntos comenzamos a avanzar hacia el castillo. Sí, las hienas nos habían arruinado la noche. La fiesta en
domingo, 24 de abril de 2011
Cap 3 - La Montaña de Lava (3/4)
Llegamos a la cima. Ante nosotros se erguía el castillo, negro como la noche, amenazador como un gigante a punto de despertar de su letargo… Y aún así, era precioso. Pero, como nada es sencillo en esta vida, entre el castillo y nosotros había un río de lava que borboteaba, como un foso. Y, para cruzar ese foso…
—Un puente —dijo Vale, incapaz de creérselo—. ¿Tenemos que cruzar ese puente desmadejado y roto?
La verdad es que no era el puente que en mejor condiciones había visto en mi vida, no. Era parecido al que había que cruzar para llegar a
—Bien, pongámonos a ello —dijo Dravis, animado, frotándose las manos—. Voy yo primero.
Así que, con paso grácil, se acercó al desmadejado puente y, apoyando las manos en las finas cuerdas que había a los lados, comenzó a cruzarlo. El puente se zarandeó un poco y las tablas crujieron, pero no se rompió bajo el peso de Dravis. Siguió avanzando hasta llegar casi al final, y antes de pisar suelo firme de nuevo, se volvió y nos hizo una seña pa
ra que le siguiéramos. Yo suspiré y seguís sus pasos. La verdad es que el puente no parecía resistente, pero tampoco se rompió bajo mi peso. No tropecé, y llegué bastante pronto junto a Dravis. Uno a uno, mis amigos fueron cruzando. Dejaron a Damoc para el final, y cuando él estuvo con nosotros, volvimos la vista hacia el castillo. Era todavía más imponente de cerca; parecía más alto. Enfrente de nosotros se encontraba la puerta de hierro forjado, completamente negra. Era alta, de varios metros de altura, y se camuflaba con las paredes de piedra oscura. Avanzamos con vacilación al principio, pero las chicas y yo comenzamos a andar con soltura poco después. Los chicos nos miraban estupefactos, al percatarse de que nosotras reíamos despreocupadas, incluso cuando estábamos en un castillo desconocido al anochecer, rodeadas de un río de lava. Nos siguieron
sin decir nada, y nosotras seguimos riendo y charlando hasta que entramos al castillo. La puerta estaba entreabierta; dejaba pasar al exterior una finísima línea de luz amarilla de la que antes no nos habíamos dado cuenta. Abrimos la puerta hasta que pudimos pasar por ella con facilidad, y después penetramos en el castillo con los chicos.
La verdad es que el interior del castillo era todavía más impresionante que el exterior. Enfrente de nosotros había una pequeña fuente de lava, que caía a chorros sobre piedra blanca. Porque, a diferencia del exterior, el interior era completamente blanco. A nuestra derecha había una escalera que subía en forma de espiral, por la que, en ese momento, varios pyros subían y bajaban. A la izquierda había una gran puerta de madera, completamente cerrada, por la que no nos atrevimos a entrar.
—¿Nevolly? —oímos una voz proveniente de la escalera. Y a juzgar por la reacción de Nevolly, supusimos que era…
—¡Verline!
Nevolly corrió a su encuentro y se encerró en sus brazos. Yo sonreí mientras apoyaba todo el peso de mi cuerpo en la pierna derecha y me cruzaba de brazos.
—Mira quién ha venido —reconocí otra voz.
Al observar las escaleras descubrí que allí también estaban Cupo, Tesio, Río, y Enthoven. Los tres últimos bajaron por las escaleras, pero Cupo saltó desde donde estaba, que era un piso mas arriba, y aterrizó justo a mi lado. Llegó al suelo flexionando las piernas, y cuando mantuvo el equilibrio, se estiró de nuevo, recobrando toda su altura.
—¿Nunca vas a dejar de hacerte el interesante? —preguntó Verline, todavía con Nevolly en sus brazos. Ella había cerrado los ojos.
—Fanfarrón —intervino Tesio.
—Ojalá te caigas —bromeó Enthoven.
—¿Cómo estáis? —nos preguntó Cupo a mis amigas y a mí (a los hydros no, dudo que pudieran escuchar a la vez que se partían de risa).
—Ah, muy bien, gracias —respondí un poco en general, en nombre de todas.
—Hemos venido a ver si hay fiesta esta noche o no —respondió Vale con una sonrisa.
—Ah, aquí todos los días son fiesta… —dijo Río, sonriendo.
—Vaya, eso tendríamos que hacer en Terramarina —dijo Friné.
—Y en Blodyn —intervinieron Lara y Cira al tiempo.
—Hombre, al final nos cansaríamos un poco —dijo Abby—. Todos los días de fiesta…
—¡Qué nos vamos a cansar! —desmintió Damoc, arrancando una carcajada a todos.
—Bueno, confío en que no habéis cenado —dijo Verline, cambiando el abrazo de Nevolly. En vez de cogerla por la cintura, le pasó un brazo por los hombros, y ella le apoyó la mano en la parte baja de la espalda mientras miraba, ruborizada, a Vale, que no paraba de reírse, y a Cira, que… hacía lo mismo.
—Confías bien —contestó Nevolly. Seguía despierta, a pesar de todo.
—Bueno, venid todos al salón, cenaremos juntos. Nosotros tampoco hemos comido nada desde el mediodía.
Seguimos a los pyros por las escaleras, y en el tercer o cuarto piso (dejé de contar a partir del segundo) nos paramos y fuimos recorriendo pasillos y corredores. Después de mucho marearnos, llegamos delante de una puerta de madera maciza. La traspasamos, y entramos en un comedor gigantesco. Estaba decorado con muchas antorchas colgadas de las paredes, y del centro del techo pendía lo que parecía una gran vela roja. Había tan sólo una mesa redonda, pero tan grande que alrededor tenía unas cincuenta sillas, tal vez más. La mitad de las sillas estaban ocupadas ya, así que nos sentamos en los sitios que quedaban. Después de mucho protestar, gemir, lloriquear, sobornar, pedir, mentir y asegurar, cada uno acabó sentado más o menos donde quería. Yo estaba entre Cu
po (a mi derecha) y Lara (a mi izquierda). Vale, Cira y Nevolly acabaron sentadas juntas, cómo no, y Verline, al lado de está última. Tesio, Río y Enthoven se habían intercalado entre los hydros, y Friné y Abby estaban entre Nicanor y Lara. Todo el mundo parecía la mar de feliz.
—¿Qué hay para cenar? —preguntó Cira.
—Lo que queráis —respondió Tesio.
—El castillo tiene un sistema bastante práctico —intervino Río, para explicar lo que Tesio había dejado a medias—. Uno de los pyros tenemos que poner la contraseña, y a partir de entonces, toda la comida que mencionéis mientras estéis sentados aparecerá delante de vosotros.
—Guay —dijo Dravis, frotándose las manos. Alguno
s rieron.
—¿Cuál es la contraseña? —pregunté yo.
Cupo se limitó a enseñármelo. Con la mano derecha, cerró el puño dejando estirado tan sólo el dedo índice, y sobre la mesa de madera, comenzó a dibujar una forma extraña:
El dibujo se había grabado a fuego en la madera, como si una llama hubiera lamido la mesa. Y tan sólo había pasado el dedo por encima. Es un pyro, concluí.
—Bien, ya podéis pedir —indicó Tesio.
Al instante, todos comenzaron a pedir comida a la vez. Yo, para probar, dije en voz alta:
—¡Frutos azules!
De pronto, una cascada de frutos azulados cayó desde algún punto situado encima de nuestras cabezas. Los frutos se pararon en seco antes de llegar a la mesa, y después cayeron de golpe a la madera. Atrapé uno entre el dedo índice y el dedo gordo de mi mano derecha, y me lo llevé a la boca con lentitud. Era dulce, aunque tenía un matiz un poquito, pero muy poquito, salado. Delicioso. Justo como los frutos dulces de Terramarina recién recogidos. Observé que mis amigos hacían cosas parecidas, aunque a Dravis se le ocurrió pedir los frutos más escasos de Terramarina; los frutos dorados. Yo nunca los había probado, se decía que tenían el sabor más dulce del mundo, y a la vez podían ser sabrosos y salados.
Pedí algunos frutos más, y luego Lara y yo animamos a Dravis para que pidiera carne, a lo que pronto se sumaron Vale, Nevolly, Cira, Friné y Abby. Al final, nuestro amigo cedió y musitó: “¡Carne fresca!”. Instantes después, un pedazo de carne rojiza aterrizó justo delante de él, encima de la mesa.
—Puaj —puso Damoc cara de asco—. ¿Te vas a comer eso?
Dravis no contestó y agarró el filete de carne. Con expresión de repugnancia, le dio un mordisco. Pero no consiguió arrancar un trozo con los dientes, así que tiró con todas sus fuerzas. Al fin, la carne cedió y pudo meterse un trozo a la boca. Lo masticó con lentitud y después lo escupió.
—Es que no lo has cocinado —justificó Cupo, dejando a un lado el filete que se estaba comiendo él—. Trae eso.
Dravis le pasó su trozo de carne a Cupo, que lo agarró con las dos manos unos segundos, hasta que el filete se cubrió de una capa muy fina de color negro.
—Espero que te guste bastante hecho —comentó Cupo mientras le devolvía el filete a mi amigo.
Éste cogió la carne con una expresión extraña en el rostro, y acto seguido le dio un mordisco. Esta vez consiguió arrancar un trozo la primera vez, pero unas motas negras cayeron de la carne hasta la mesa. Dravis volvió a masticar con parsimonia, pero escupió la carne con más rapidez que el otro trozo.
—¡Está quemada! —exclamó, mientras los otros reían.
—No, quemada es esto —respondió Cupo.
Le cogió de nuevo a Dravis su filete, y tras unos segundos en sus manos, comenzó a volverse más y más negro. Pocos segundos después, la carne se fue desmoronando, hasta quedar tan sólo un montoncito de ceniza encima de la mesa, enfrente de Cupo.
—La otra carne se podía comer, apuesto a que ésta no te la tragas —le retó Tesio a Dravis.
—Eso no se lo traga ni tu madre —respondió Dravis, volviendo a masticar frutos dorados, ya con expresión de felicidad.
—Apuesto a que mi madre lo haría.
—¿Lo haría? —se sorprendió Dravis.
—Sí.
—Qué madre más guay. ¿Me la cambias? —pidió, mientras las chicas nos partíamos de risa.
—Eh… em… déjame pensar… no.
—¡Vaya! —se lamentó Dravis—. He estado a esto —acercó su dedo índice a su dedo gordo de la mano derecha, tanto, que casi se tocaban— de tener una madre guay.
—Pero si ya la tienes, Dravis —le dijo Damoc—. ¿Qué madre sería capaz de dejarte ir a
—Vaya, ni mi madre —musitó Tesio.
Así pasamos la cena, charlando despreocupadamente y riéndonos de las bromas y tonterías de Dravis, Tesio y Cupo. Cuando estuvimos llenos, abandonamos la mesa y Verline nos llevó de visita por el castillo. Fue en vano, todos aceptamos al final de una hora que sólo los pyros eran capaces de estar allí sin perderse ni una vez. Ese amasijo de pasillos, esa multitud de puertas, no iba conmigo. Pero el castillo era precioso, la verdad es que me gustó bastante. Mientras Verline explicaba cosas, Cupo susurraba bromas, y al estar la que más cerca de él, me reía yo sola. Creo que en más de una ocasión, Nevolly se me quedó mirando. Realmente, al lado de su novio era más atenta de lo que pensaba. Porque seguía abrazada a él.
lunes, 18 de abril de 2011
Cap 3 - La Montaña de Lava (2/4)
Dravis y yo llegamos pronto al Mar Profundo. Por supuesto, en la orilla, sentadas encima de unas rocas, estaban mis amigas, y los demás hydros con ellas. Las nereidas no estaban presentes, probablemente nadaban con los delfines muy lejos de allí. Dravis nos acercamos sigilosamente, aunque no lo suficiente como para que Lara no nos descubriera antes de llegar.
—Ey, chicos —saludó ella.
—Buenas —contesté. Me senté en una roca junto a Lara, acompañada de Dravis—. ¿De qué hablabais?
—Estábamos pensando en ir de excursión —respondió Friné.
—¿Adónde? —inquirió Dravis.
—A
—Sí, Nevolly no puede resistirse a los encantos de Verline, tiene que reunirse con él de nuevo —dramatizó Vale—. Al fin y al cabo, ya llevan dos días sin verse…
Todos se echaron a reír, incluida Nevolly.
—No, no vamos por eso —intervino Cira—. Sino por Candy, que…
—Cira, cállate —la previne, sin dejarle acabar la frase.
—¿Cuándo vamos?
—Podemos ir ahora mismo —contestó Vale.
—Bien, pero yo no puedo llegar muy tarde, mañana me iré de Terramarina —anunció Lara.
—¿Mañana? ¿Tan pronto? —pregunté.
—Sí, ya sabes como es mi madre… —suspiró—. En fin, ¿nos vamos?
—Bien. ¿Vamos a ir andando? —preguntó Abby.
—Hombre, no creo que los centauros se ofrezcan —bromeó Friné.
—Tener a alguien en su lomo supone la mayor deshonra para un centauro —les dije.
—Sí, como cuando haces algo ridículo en medio de una fiesta —intervino Dravis—. No es —añadió— que me haya pasado nunca, claro.
Todos no s reímos.
—Pero a mí me duele la pierna; no aguantaré mucho andando… —repliqué.
—Bueno, si hace falta te llevamos en brazos.
—Eso, eso.
—Sí, te ayudamos.
—¡Claro!
—Pero vámonos ya, si no, al anochecer no habremos llegado todavía —dijo Damoc.
De forma que comenzamos a andar. Salimos de la playa para adentrarnos en el bosque, y cruzamos la mayor parte. Friné y yo nos movíamos con facilidad (aunque ella con mucha más que yo, obviamente), esquivando los árboles con una agilidad propia de las dríades, y aunque los demás intentaban copiar nuestro paso suave e instintivo, no lo conseguían. Pero mantenían nuestro paso, nadie quería quedarse atrás.
Tomamos por fin un camino a la derecha, sin piedras, árboles, flores, plantas… era todo tierra, no se veía nada al horizonte excepto un pequeño pico negro. Todo lo demás, desierto. Así que, sabiendo que el camino no iba a ser corto, emprendimos la marcha. Pero el viaje merecería la pena, nos esperaba una noche de fiesta prometedora, y no la íbamos a desperdiciar. Los pyros nos darían de cenar en el castillo, y después, podríamos explorar los alrededores. Aunque tal vez había que volver un poco pronto, por Lara…
La verdad es que al final, el viaje se me hizo un poco largo, de forma que Friné y Lara me agarraron una de cada brazo y se ofrecieron como punto de apoyo para que yo caminara más cómodamente. Después de varias horas, el pico negro y lejano en el horizonte era ya una montaña que se alzaba unos metros delante de nosotros. Era descomunal e impresionaba bastante, de color negro, recortaba el cielo anaranjado. Las tres lunas comenzaban a aparecer en el cielo, cada una en un cuarto distinto. Esa noche, la luna central estaba llena, la de su derecha en cuarto creciente, y la de la izquierda, en cuarto menguante. Los tres satélites formaban una perfecta simetría.
Observamos que, en la cima de la montaña, un castillo negro como la noche parecía una prolongación de la tierra. La mayoría de las ventanas brillaban, aunque desde nuestra posición no se distinguían mucho más que puntos amarillos en una mancha negra, muy oscura.
—Bueno —dijo Dravis, estirando el cuello—, ahora queda subir la montaña… ¿Quién está cansado?
Todos alzamos las manos, demasiado agotados como para hablar.
—Uf —suspiró Dravis, aliviado—, menos mal, creí que era el único.
Así que, tras encontrar un camino que subía la montaña en forma de espiral, comenzamos a recorrerlo. Lo cierto es que subir nos costó menos de lo que pensábamos, o tal vez fue porque Damoc nos metió mucha prisa. No lo sé…
Llegamos a la cima.martes, 12 de abril de 2011
Cap 3 - La Montaña de Lava (1/4)
¡Hola! Bueno, antes de que leáis el capítulo: ¡Me han dado dos premios!
Me desperté con los cantos de los pájaros. Al primer momento no me acordé de lo que había pasado, pero tras unos segundos los recuerdos me invadieron.
Mucho más fuerte que cuando me trasladaron a mi árbol, salí de él. Enseguida el sol me cubrió por completo y pude respirar aire fresco. Enseguida descubrí que mi vestido seguía roto y manchado de sangre, y todavía tenía en la espalda y en la pierna las vendas de hojas y raíces.
—¿Candy? ¡Candy!
Mi madre corrió hacia mí, y debo decir que me abrazó con demasiada fuerza. De milagro no me rompió algún hueso.
—¿Cómo estás? —me preguntó cuando se hubo separado un poco.
—Bien, aunque todavía me duelen las heridas. ¿Cuánto tiempo he dormido?
—Pues un día entero —respondió mi madre.
—Vaya…
—¿Qué pasó? Tus amigas no me han aclarado nada.
—Fuimos a
—¿Había más de una?
—Eso creo. Una de ellas me mordió la espalda, y otra la pierna. Después, alguien me salvó, y me trajo aquí… no me acuerdo de mucho más.
—Creo que te trajo un pyro, uno de los amigos de Nevolly.
—Ah, puede ser —evidentemente, quien me había salvado era un pyro. Tenía la piel demasiado cálida para ser un hydro u otra criatura. ¿Quién habría sido…?
—Estaría bien que fueras a visitar a tus amigas, están preocupadas por ti.
—Vale…
—Pero antes —me cortó—, pídele a tu árbol hojas y unas raíces, y hazte el vendaje de nuevo. Ya llevas un día entero con él. ¿Quieres que te ayude?
—No, gracias, puedo yo sola. Hasta luego.
Al cabo de un rato iba hacia el árbol de Friné, con el nuevo vendaje puesto y un nuevo vestido que me había dado mi madre. Supuse que mi amiga estaba allí, pero la única que rondaba en su claro era su madre.
—Hola, Candy, cariño. ¿Cómo estás? ¿Te has recuperado?
—Sí, ahora estoy bien, gracias. ¿Dónde está Friné? No está en su árbol ¿verdad?
—No, se ha ido con las demás al Lago Profundo. Supongo que estarán allí los hydros…
—Sí, eso creo yo. Bueno, me voy a buscarla, gracias.
—De nada, Candy. Que te recuperes.
—Gracias, adiós.
Volví sobre mis pasos durante unos minutos, y después cogí un sendero que había a mi izquierda, un atajo para llegar al Lago cuanto antes. La verdad es que me dolía bastante la espalda al andar, pero no tanto como la pierna, que me molestaba a cada paso. Aún así, llegué sin dificultad al Lago Profundo. Allí estaban todos los hydros, mis amigas las náyades, las alseides, y Friné. Me acerqué silenciosamente; Friné fue la primera en verme.
—¡Ey! —me saludó, corriendo hacia mí. Enseguida me dio un abrazo, aunque la frené un poco para que no me estrujara demasiado.
Una a una, todas mis amigas se acercaron a mí y me abrazaron también. También los hydros se acercaron, y aunque la gran mayoría también me abrazó, no fueron tan efusivos. Después, todos nos sentamos en la orilla del lago y formamos un círculo.
—¿Cómo estás? —me preguntó Dravis.
—Muy bien, gracias.
—Cuéntanoslo —pidió—. ¿Cómo fue? Tus amigas y Damoc nos han contado lo que ocurrió, pero tú lo viviste de primera mano.
Suspiré, y comencé a contarlo. Eran muy buen público; no me interrumpieron ni una sola vez. Contuvieron la respiración en el momento exacto, se taparon la boca en el instante apropiado. Cuando terminé, no hablaron durante unos segundos.
—¿Te duele? —preguntó Cira al fin.
—Un poco, no tanto como antes.
—¿Fue a por ti directamente? —inquirió uno de los hydros—. ¿O te atacó porque te caíste?
—No lo sé. ¿Por qué iba a ir a por mí?
—Ah, no sé como lo haces, pero tú siempre tienes la culpa de todo —declaró Friné.
Yo le di un codazo.
—Esto es serio —dijo Abby—. Pero la hiena no estaría buscando a Candy, ¿no?
—¿Has hecho algo que las ha podido ofender? —preguntó Damoc.
—Que yo sepa, no —contesté.
—No tiene por qué haber una razón —intervino Nevolly—. Mataron al compañero de Verline, Perold. Y él no les había hecho nada a las hienas.
Hubo un momento de silencio.
—Cambiemos de tema —dijo Dravis rápidamente—. ¿Sabéis que he aprendido un nuevo truco?
—A ver, sorpréndenos —le apoyé, aunque no sabía por qué estábamos haciendo aquello.
Dravis alzó la mano derecha hacia el lago. Lentamente, comenzó a cerrar los dedos, y una esfera de agua salió desde el fondo del lago para posarse a unos centímetros de la superficie. Dravis, haciendo giros de muñeca, hizo girar la esfera. De pronto, abrió los dedos de nuevo, y la esfera de agua se convirtió en un montón de flechas que vinieron hacia nosotros con rapidez. En un acto reflejo, todos (excepto Dravis) nos tapamos la cara con las manos, aunque no sirvió de mucho. Acabamos empapados.
—¡Ya te vale! —le dije, mirando mi pierna derecha. Las raíces se habían reblandecido con el agua y las hojas se escurrían entre ellas poco a poco. Al final, mi herida quedó al descubierto—. Me has estropeado el vendaje, Dravis.
—Ay, lo siento —me pidió disculpas—. No había caído en lo de tu venda. Vaya, eso tiene mala pinta —constató, observando con repugnancia mi herida.
A decir verdad, sí que era un poco horripilante; había dos tajos paralelos a lo largo de mi pierna, rodeados de rasguños y moraduras. Los tajos se habían secado, pero unas manchitas negras, diminutas, se esparcían por encima. No había probado a frotar para limpiármelas, pero estaba segura de que no se irían.
—Lo sé, aunque no duele tanto como parece —declaré.
—Buf, eso espero —respondió Dravis.
—Oye, ¿cuándo es
—La próxima tri-luna llena —respondió Cira.
—Dentro de dos semanas —aclaró Lara, al ver la cara de confusión de todos.
—Ah —suspiró Dravis.
—¿Vais a venir? —preguntó Cira.
—Sí, yo sí —respondí con prontitud.
—Yo también —contestó Friné.
—Nosotras iremos —respondieron Vale y Nevolly a coro.
—¿Y vosotros? —les preguntó Lara a los hydros.
—Tal vez —dijo Damoc—. ¿Es en Hesperinda?
—Sí, en nuestro valle —contestó Cira—. Empieza por la mañana, comemos todos juntos, por la tarde vamos a buscar flores, después es cuando decoramos todo. Cenamos, y entonces es cuando empieza la fiesta.
—Ah, si hay fiesta por la noche, voy —declaró Dravis.
—Si, yo también —añadió Möhl, otro hydro.
—Bueno pues me apunto —respondió Damoc.
—Bien —celebró Lara—. Venid todos.
—Lo haremos —contestó Dravis.
—Vale, yo me voy ya, a cambiarme el vendaje —le fulminé con la mirada a Dravis mientras me levantaba. Él se sonrojó.
—Lo siento. ¿Quieres que te acompañe?
—Tranquilo, puedo ir sola.
—Yo sí te acompaño —declaró Friné, levantándose—. Tengo que irme ya, mis padres me estarán esperando para comer.
—Vale, muchas gracias —le contesté—. Bueno chicos, hasta esta tarde. Estaréis aquí, ¿no?
—Sí, por supuesto.
—Hasta luego.
—Adiós…
Friné y yo nos fuimos por el sendero, de vez en cuando ella me miraba de reojo. Al final, soltó:
—¿Qué ha pasado con Damoc?
Suspiré.
—Dijo —comencé, andando con dificultad— que habría ido conmigo si no se hubiera comprometido con Lara.
—Pero eso no tiene sentido —interrumpió Friné, dándome la mano para que yo pudiera andar con más facilidad—. ¿No fue él quien se lo pidió a ella? Si es así, te ha mentido. Porque Lara no te habrá mentido, ¿no?
—No, claro que no. Lara es mi amiga desde siempre. Conozco a Damoc tan sólo desde hace tres años. No me fío de él tanto como de ella.
—Oh, el amor se ha enfriado —suspiró Friné.
—No digas bobadas, el amor nunca ha estado caliente —contesté—. Pero en fin. Qué se le va a hacer. Bueno, ¿y qué tal va lo tuyo con Nicanor? ¿Qué pasó en
Suspiró.
—Nada. De momento sólo somos amigos.
—Vaya, lo siento… él se lo pierde.
—Pues sí —contestó ella.
Las dos llegamos a mi árbol y después ella se fue a su claro para comer con su familia. Yo me cambié el vendaje, me reuní con mis padres y mi hermana, y comí con ellos. Luego volví al Lago profundo, aunque allí tan sólo estaba Dravis.
—Hola —le saludé, mientras cojeaba hacia él—. ¿Dónde están los demás?
—Se han ido al Mar Azul, a mí me ha tocado quedarme aquí para esperarte.
—Vaya, lo siento. ¿Vamos?
—Sí.
Los dos volvimos por el sendero que yo acababa de recorrer, y cruzando el bosque, nos encaminamos hacia el Mar. Dravis terminó por cogerme del brazo como había hecho antes Friné, porque en varias ocasiones estuve a punto de caerme.
—¿Por qué —comencé— antes, cuando estábamos en el lago, cambiaste de tema cuando Nevolly dijo que Perold no le había hecho nada a las hienas?
—¿No lo sabes…? —preguntó él, deteniéndose y mirándome a los ojos.
—Si lo supiera no preguntaría, ¿sabes?
—Cambié de tema, porque Perold… bueno, no fue exactamente él, pero…
—¿Y bien…?
Dravis suspiró antes de contestarme. Echó de nuevo a andar, arrastrándome con él. Cuando me adapté a su paso, él, sin mirarme, respondió:
—El padre de Perold fue el primero en desterrar a las hienas a